(Foto: Rolly Reyna)
(Foto: Rolly Reyna)
Fernando Vivas

No soy hincha, pero lo intenté antes del partido con Dinamarca. “Si todo mi entorno anda tan expectante, ¿por qué yo no?”, pensé y casi, casi me puse en modo . Hasta que el penal perdido por Cueva me dejó tan desconcertado, y a la vez tan indolente, que lo tomé por la confirmación de que la conexión emocional con mi patria puede prescindir del fútbol y mantener los enganches que ya tiene: celebrar referencias al Perú en la cultura popular del mundo, en la gastronomía, en el turismo, en ránkings varios. Por ejemplo, me interesa mucho más lo que diga la OCDE que la FIFA.

Pero ya que me enganché por un ratito, el penal de Cueva no queda ahí, ah. Los goles de ayer lo vuelven, por contraste, más lacerante. Fue el primer gol negado, el ‘bien esquivo’ de la cruzada que abortó en primera fase. El hombre quedará marcado si no se aclaran las circunstancias de su patada al cielo. ¿Fue pura mala suerte o además hubo mal criterio en que se arrogara o lo dejaran arrogarse el derecho de patearlo? Dada mi ignorancia pelotera no prometo investigar, pero reto a un cronista deportivo a hacer lo que el brasileño Paulo Perdigao hizo en “Anatomía de una derrota” con el revés de Brasil por 2-1 ante Uruguay en la final del Mundial de 1950, que se jugaba nada menos que en el Maracaná. Estaban empatados 1-1 y el segundo gol de Uruguay fue tan consternante que todo el drama se dio en llamar el ‘Maracanazo’. El arquero Moacir Barbosa fue estigmatizado desde entonces y tiene una cita que resume su biografía: “En Brasil la pena máxima por un delito es de 30 años. Yo llevo más de 40 pagando por ese gol”.

No quiero que le pase a Cueva lo que a Barbosa, ni que las emociones de mis compatriotas, que hoy entran en una fase de autoayuda reparadora (“no hemos perdido, hemos ganado experiencia”, “no llegamos a octavos pero llegamos a Rusia”), se diluyan sin dejar rastro. Así como no osaría sugerirle a una amiga que deje a su pareja porque me parece un ‘loser’, jamás osaría desanimar a alguien de su amor a Paolo, Carrillo, Farfán et al. Los respeto.

Lo que quiero hacer es cursar una invitación –así como a mí me la han cursado en estos días gritando a mi alrededor– a interesarse un poquito más en otros asuntos que pueden deparar mayores recompensas. Bien vale diversificar las inversiones emotivas y no ser un país primario futbolero más. Eso de tener la barra más grande y entusiasta en Rusia, según varios artículos que he leído, es un premio consuelo, no es un galardón para festejar. El Perú visto como referente mundial para manuales de autoayuda y de arengas para levantar la moral, mmmhh, tampoco, tampoco. Prefiero que festejemos logros concretos, premios, tops del ránking, goles clasificatorios si eso quieren.