Honestidad presidencial, por Richard Webb
Honestidad presidencial, por Richard Webb
Richard Webb

Cuando un escándalo de corrupción entra por la puerta, la ponderación sale volando por la ventana. Se dispara la suspicacia; reuniones, viajes y apellidos coincidentes se vuelven pruebas; y medios y políticos trabajan a la limón para acusar o insinuar.

A través de las décadas mi trabajo me ha dado la oportunidad de observar a varios presidentes. Ninguno se salvó de acusaciones de corrupción. Pero, si bien pocas veces se puede asegurar si hubo o no corrupción, con el pasar del tiempo he llegado al convencimiento de que más de uno de los presidentes fue acusado injustamente. Es una impresión subjetiva, pero es un buen momento para compartir mis impresiones, por lo menos en cuanto a tres presidentes que pude conocer durante mis primeros años de actividad pública.

En 1963 conocí a Fernando Belaunde Terry, poco después de su primera elección como presidente. La extraordinaria obra, “Historia de la corrupción en el Perú”, del historiador Alfonso Quiroz, menciona varias acusaciones durante esa gestión, especialmente un contrabando organizado por oficiales militares. También habla del círculo de amigos de Belaunde sugiriendo que se habrían beneficiado en obras de construcción y otras. Pero Quiroz no le imputa deshonestidad a Belaunde, y en una entrevista para “La República”, Martha Hildebrandt afirmó que Belaunde fue “un gobernante honesto”.

Poco antes del golpe militar, fui invitado a un elegante almuerzo en el yate presidencial. Meses después se dio el golpe y Belaunde pasó a ganarse la vida dando clases en la Universidad de Harvard, donde yo llegué para iniciar una tesis doctoral. Por teléfono nos citamos para almorzar en el Harvard Faculty Club, restaurante de los profesores. En el club encontré al ex presidente esperándome, parado en la cola con su bandeja en la mano. La última vez que lo vi vivía en un modesto departamento en el piso 17 de un edificio en San Isidro. Un día yo pasaba por el Santa Isabel ubicado cerca de su departamento cuando lo vi saliendo del mercado, cargando bolsas de papel con sus compras. Murió poco después, casi sin propiedades o riqueza personal.

Conocí al general cuando fue nombrado ministro de Economía durante el primer gobierno de Belaunde. Una de sus primeras acciones fue pedir una investigación de los militares acusados de contrabando. Poco después se dio el golpe militar y asumió la presidencia el general Juan Velasco, hasta que fue depuesto por Morales Bermúdez, quien fue presidente cinco años. Según Quiroz, el costo de la corrupción durante esos años de gobierno militar superó al de cualquier otro gobierno. Sin embargo, la cifra de Quiroz no mide la corrupción misma, sino diversos costos que, en su opinión, fueron efectos de la corrupción, como la pérdida de inversión extranjera, cálculo que termina siendo altamente subjetivo. Si uno se limita a medir el monto de la corrupción misma durante ese gobierno militar, la cifra es sustancialmente menor.

He conocido al general Morales Bermúdez y a miembros de su familia y no me cabe duda de que no se enriqueció como presidente. Al general Velasco lo conocí menos, pero es público que su familia apenas heredó un carrito viejo y una casa. En mi opinión, sí existen los presidentes honestos.