De los 130 congresistas de Fuerza Popular, 36 tienen carnet partidario. (Ilustración: El Comercio)
De los 130 congresistas de Fuerza Popular, 36 tienen carnet partidario. (Ilustración: El Comercio)
Patricia del Río

¿Por qué hace solo unos meses Fuerza Popular tenía la capacidad para mandar a presidentes a su casa y hoy es una organización atarantada por el caos? ¿Cuál fue el punto exacto en que la sólida popularidad de se diluyó? La investigación que se le sigue a la señora Fujimori y a su círculo más cercano de colaboradores es compleja. Las medidas preventivas tomadas por el juez Concepción Carhuancho son bastante draconianas. Pero la soledad y la orfandad en la que se encuentra Keiko y su gente son, más allá de cualquier exceso e injusticia, el resultado de una manera sistemática de actuar que les está pasando factura.

Una de las características del fujimorismo ha sido acusar a sus enemigos de forma arbitraria, con el fin de desaparecerlos. Ni bien llegaron al Congreso hicieron sentir su fuerza censurando a Jaime Saavedra, uno de los mejores ministros de Educación que hayamos tenido, porque no respondía a los intereses de cierto sector acostumbrado a hacer negocio con colegios y universidades. Lo difamaron, lo humillaron y lo echaron del sector público como si hubiera sido un ladrón.

Siempre han justificado las arbitrariedades de las que son víctimas sus enemigos políticos: aplaudieron la excesiva prisión preventiva que se le aplicó a la pareja Humala Heredia (aunque hoy lo nieguen); insistieron en que el delito por el que debía acusárseles era lavado de activos y presionaron para que el Tribunal Constitucional no les devolviera sus derechos. Señalaron con el dedo a los otros sin darse cuenta de que estaban frente a un espejo.

Han usado su poder para amedrentar y vengarse: la Comisión Lava Jato en el Congreso se convirtió en una suerte de tremenda corte, por donde circuló todo el que se les antojara. Ex ministros, asesores, viceministros, funcionarios públicos y un largo etcétera fueron sometidos a tediosos interrogatorios de congresistas que querían hacer un show ante las cámaras.

Han acomodado los hechos a sus intereses: aprobaron al caballazo la ley que permitiría a Alberto Fujimori purgar lo que queda de su condena en su casa y, ante las críticas y el escándalo, alegaron que solo estaban haciendo lo que la ley les permitía.

Ejemplos de la soberbia con la que ha actuado el fujimorismo sobran. ¿Eso los hace culpables de los delitos que se les imputan actualmente? No. Su culpabilidad tiene que probarse, no asumirse. ¿Eso quiere decir que, como actuaron mal con otros, ahora deben aguantarse que se haga lo mismo con ellos? De ninguna manera, aunque provoque. Nadie se merece ser maltratado por la justicia ni ser perseguido injustamente. La ley no está hecha para castigar a los que nos caen mal. Pero una cosa es la justicia de los hombres, que debe ajustarse a derecho, y otra ese karma que te rebota con fuerza cuando la arbitrariedad, el abuso y la venganza han sido tus mejores asesores. Ese Karma que hoy más que nunca se escribe con K.