A un año del bicentenario, todos tenemos en la cabeza a don José de San Martín diciendo “el Perú es libre e independiente...” en la plaza de Lima, pero nadie recuerda sus muchas desventuras de antes y después. Hoy, el presidente Martín Vizcarra debe decidir cómo quiere que sea su recuerdo en la historia peruana: la del presidente de la derrota o la del vencedor. Veamos.
La historia tiene poco espacio para almacenar recuerdos y, por ello, solo guarda los más saltantes. Al presidente Ramón Castilla lo recordamos liberando a los esclavos y a Mariano Ignacio Prado, cierto o no, como el que se llevó el dinero para la defensa del Perú. Solo hay sitio para un gran recuerdo, o un posicionamiento, como lo llaman los mercadólogos. ¿Se acuerdan de Bill Clinton?
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Entre los presidentes modernos, en el recuerdo de Fernando Belaúnde brilla “su” marginal de la selva; en Alejandro Toledo, su afición por las bebidas del espíritu; con Alberto Fujimori siempre estará su “mellizo” Vladimiro Montesinos; y probablemente la imagen de Nadine Heredia opacará a la de su cónyuge. ¿Alan García? Desgraciadamente, quizás su suicidio sea lo más resaltante, como ocurre con Getúlio Vargas en Brasil.
Hoy, el presidente Vizcarra tiene la oportunidad de elegir cuál será la imagen que dejará en la historia. Sin duda, esta tendrá relación con el COVID-19, pero puede ser el presidente de la enfermedad, que dejó a un Perú pobrísimo y con miles de muertos, o el que lo sacó adelante a pesar de la pandemia.
Así, puede optar por seguir ofreciendo bonos, reprochar “el mal comportamiento” de los empresarios y solidarizarse con cualquier protesta, cuidándose de no bajar su popularidad. O puede entender que la historia borra, con un soplo, las encuestas y guarda solo lo que tiene valor real, y en consecuencia hacer los cambios que nos harán superar la crisis económica que se anuncia.
Puede decidir apoyar a los muchos millones en inversión minera que están listos para dar trabajo a miles de peruanos y que están paralizados por unos pocos activistas. Decidir “cuadrar” a los funcionarios que ponen trabas para la construcción de infraestructura, la misma que solo necesita de buena voluntad para empezar. Y decidir asumir su papel de jefe del Gobierno y poner a trabajar a alcaldes y gobernadores que, por desidia u otros intereses, no ejecutan los presupuestos que tienen asignados. Nada imposible, pues el financiamiento, que ha sido el limitante antes, está disponible.
Porque el tener –o no– la valentía de hacerlo marcará su recuerdo en la historia. Puede ser el presidente de la corona de laureles, que venció a ese gran enemigo llamado ‘pandemia’, o ser el del corona y virus. Que tengan un feliz 28 de Julio.