“La vida cambia en un instante. El instante normal”. La frase es de la escritora Joan Didion, y la repite como letanía a lo largo de su novela “El año del pensamiento mágico” (2005). En este libro entre confesional y tratado del duelo, Didion intenta explicar, a raíz de la muerte repentina de su marido, cómo en un segundo la vida que conocías se esfuma.
La clave de esta entrega es la reflexión que hace Didion de aquello que consideramos normal. Esa vida llena de detalles que damos por sentados porque pensamos que no se van a terminar. Esos momentos que la escritora no atesora con nostalgia, sino que los escudriña para entender eso que somos, antes de dejar de serlo.
Inevitable leer a Didion y no pensar en la normalidad tantas veces quebrada en la vida de los peruanos. Una mañana una familia se levanta para tomar desayuno y la deflagración de un camión de gas acaba con sus vidas. En un segundo, dejan de ser. Una niña, con leve retardo mental, sale de su casa para visitar a sus primos y en el camino un hombre la mete a su auto y le realiza tocamientos indebidos. Se acaba, para siempre, la vida tal cual la conocía. Un niño de 9 años en Ferreñafe hace una broma, su padre se molesta y lo golpea brutalmente, con patadas, puñetes y una barra de fierro. Las heridas las llevará para siempre en el alma.
Uno podría preguntarse en qué momento se les quebró la cotidianidad a estas personas. Pero en estos casos emblemáticos –podríamos citar muchos más– la interrogante no funciona; porque el problema no está en el instante en que sus vidas se van al demonio. Para ellos, como para millones de peruanos, el drama está en eso que es normal en sus vidas. Me explico: las familias de Villa El Salvador mueren porque “lo normal” en el Perú es que el gas se transporte de manera informal y que choferes de 72 años con 80 papeletas sigan manejando. La niña con retardo mental termina manoseada por su vecino, porque “es normal” que un hombre acusado de violación sexual, y con varias denuncias en su contra, pulule por las calles. El niño de 9 años es masacrado por su padre, porque “es normal” que vivan bajo el mismo techo, aunque el hombre ya haya sido denunciado por violencia familiar y, específicamente, por haber maltratado a su hijo.
Seamos sinceros: en nuestro país no tenemos precisamente accidentes, la mayoría de las cosas que pasan no son hechos fortuitos. Lo que tenemos es un desprecio tal por la vida que hemos normalizado condiciones infrahumanas de convivencia. Lo que tenemos son existencias que transcurren mientras esquivamos la muerte. A Didion, de pronto, se le acabó la vida que conocía, se trastornó su normalidad. A millones de peruanos lo que les ocurre es que un día simplemente la normalidad los aniquila.