El ser humano lo humaniza todo: capta rostros en los objetos, le pone chompas a sus perritos, bautiza a sus autos. Esta tentación antropocéntrica no es capricho o mera egolatría: somos tan limitados que, para tratar de entender el mundo, ponemos un espejo como intermediario y este filtro abarca tanto lo tangible como a las ficciones. Muchas veces he asistido a estudios donde el investigador pregunta, “si este aceite fuera una persona, ¿qué edad tendría?”.
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