Una novela distópica proyecta futuros sombríos. Imagina mundos donde el autoritarismo y las ideologías extremas se apoderan de la sociedad. Mundos en los que la libertad de pensamiento o el derecho a la insubordinación no existen. Mundos en los que la naturaleza se depreda en favor de supuestos futuros más prósperos. Si la utopía es la proyección del paraíso, la distopía es la del infierno.
Últimamente uno percibe demasiados indicios que nos acercan a esos futuros distópicos, en los que las libertades alcanzadas por el ser humano se ven amenazadas por corrientes irracionales y discriminatorias. En la novela “1984”, George Orwell proyecta una sociedad donde el poder lo controla todo, donde la vigilancia masiva es extrema y se manipula el lenguaje para dominar el pensamiento (¿alguien dijo “género”?). Bueno, ya sabemos que cada búsqueda o interacción en Internet deja una huella imborrable que el poder económico y el político pueden usar para fines inimaginables, y que la sociedad del “sonríe, te están filmando” haría empalidecer de envidia al Gran Hermano.
La historia de los padres de Solsiret Rodríguez y su pantanosa relación burocrática e indolente con el sistema de justicia parece un capítulo de “El proceso”, de Kafka. “El cuento de la criada”, de Margaret Atwood, que se publicó en 1985 y no tuvo tanta resonancia, en la segunda década del siglo XXI se vendió como pan caliente porque, a pesar de las luchas por las libertades de la mujer, hoy enfrentamos movimientos hiperconservadores, que preferirían que las mujeres fueran meras hembras reproductoras sin voz ni voto. En “La carretera”, de Cormac McCarthy, un padre guía a su hijo a través del planeta baldío, donde solo quedan ruinas y cadáveres. ¿Un Alepo gigante, tal vez?, ¿o un mundo arrasado por los infernales incendios de Australia? No lo sabemos. Los personajes de McCarthy deambulan por una carretera que llega al mar, donde quién sabe hay más vida y esperanza.
Y en medio de este mundo raro que nos ha tocado vivir, nos llega una pandemia. Las imágenes de las calles desoladas en Italia por culpa del coronavirus nos recuerdan las peores películas apocalípticas. El miedo al otro, la paranoia, el egoísmo del que compra todo para asegurar su supervivencia sin importarle el vecino nos devuelven una imagen horrenda de nosotros mismos. Nos ponen frente a un espejo en el que ya no se puede ocultar que somos víctimas de sociedades desiguales, donde abunda la información falsa, donde escasea la empatía. El coronavirus me remite a la epidemia de invidentes que se desata en “Ensayo sobre la ceguera”, de Saramago, en la que los hombres se animalizan, se degradan, se envilecen, con el pretexto de sobrevivir.
¿Será este virus, debilongo en términos letales y devastador en consecuencias sociales, la constatación de que vivimos en modo apocalipsis? ¿O será una oportunidad para replantearnos la vida? ¿Será nuestra oportunidad para rescatar utopías o seguiremos labrándonos infiernos?...