Según el Evangelio de San Juan, nuestra existencia pensante y espiritual empezó con la palabra. Con la palabra pasamos de la vida animal, ocupados con plantas y cuevas, y la caza, a una vida como seres humanos, capaces de concebir explicaciones, opiniones y dioses, y de discrepar sin recurrir a gritos o palos. Milenios más tarde llegó la escritura, poniendo la palabra en blanco y negro, y multiplicando su capacidad para viajar en el espacio y en el tiempo. Otros milenios después inventamos la tipografía para extender aún más el viaje de las palabras. Así, la tecnología de la comunicación se volvió el andamio de la ciencia, de la cultura y de la conversación civilizada.
Hoy toma vida un nuevo y potente instrumento para concebir, registrar y alterar la realidad: el número. Ciertamente, el uno, dos, tres nos ayudan desde hace miles de años, pero su papel ha sido marginal. La prioridad educativa no ha sido el anumerismo sino el analfabetismo, y una mayoría seguimos siendo anuméricos. Pero hoy vivimos una nueva creación. La varita mágica de la tecnología digital ha dado vida a los números que, cual aprendices de brujo, se multiplican, nos rodean y asumen tareas casi con voluntad propia.
Una de las primeras veces en que un debate político se centró en un número coincidió con mi primer trabajo profesional. Llegaba el primer gobierno de Belaunde con sus alas de derecha y de izquierda. La izquierda se apoderó del Instituto Nacional de Planificación y desde allí acusaron a las políticas conservadoras del Banco Central de ser responsables de un estancamiento productivo. Recién salido de la universidad recibí el encargo de revisar las estadísticas de producción, trabajo que me llevó a descubrir errores en los cálculos que creaban una ilusión falsa de estancamiento.
Así, accidentalmente, y a pesar de mi limitada aptitud matemática, empezó una vida centrada en los números. Años después haría mi tesis universitaria calculando y adivinando los números de la distribución de ingresos, cifras que estuvieron en el centro de las batallas políticas del gobierno de Velasco. En los años ochenta me tocó estar en el Banco Central, donde inventamos un mapa de pobreza, números que después se volverían un termómetro político y guía para la gran expansión de los programas sociales. Pero la verdadera explosión de los números llegó con el milenio, y hoy casi no hay noticias sin números, trátese de realidades objetivas como la producción, los ránkings y los rátings; o de realidades subjetivas, como son las aprobaciones y desaprobaciones, los gustos y las preferencias de toda índole.
Como todo huaico, el de los números llega con gran desorden, confusión e incertidumbre acerca de lo que realmente sabemos. El mundo de las palabras tiene su Real Academia Española, ¿pero quién regula el mundo de los números? ¿Cómo podemos confiar en números producidos por empresas privadas, que muchas veces tienen clientes interesados, o por entidades estatales que responden a intereses políticos? ¿Qué significa realmente el “margen de error”? La institución central debería seguir siendo el INEI, pero es hora de reforzar su autonomía con un directorio independiente, y su capacidad de trabajo con un presupuesto acorde con la nueva importancia de la estadística en la vida nacional.