Qué fácil es escoger un pedazo de pueblo y tomar su grita o sus aplausos como si fueran la voz de todos. El concepto de portátil, acuñado por los observadores del toledismo, recoge este fenómeno de nuestra política: operadores que amontonan gente con recursos del Estado, propósitos fugaces y sin preámbulos ideológicos. Los partidos ya no son las mejores portátiles, porque son escasos y pesados; los grupos de apoyo al presidente tienen la ligereza y ductilidad que exigen los tiempos. Sin partidos sólidos ni líderes sostenibles, la política se terciariza e improvisa caóticamente.
Una portátil en un coliseo cusqueño acompañó el discurso de Pedro Castillo en el que soltó la última versión del cuento de la asamblea constituyente. La propuesta no tiene chance, ni respaldo, ni consistencia, pero ha servido para desviar la atención sobre la conflictividad social que copó portadas y debates días atrás. Siempre es bueno que reclamos masivos se conviertan en agenda: ello cohesiona, reconcilia, obliga a focalizar problemas y resolverlos. En estos casos, la confrontación entre poderes y tendencias se relaja o se transforma en una competencia para ver cómo responder ante una protesta genuina.
Todo indica que vamos a volver al protagonismo de las protestas. Hay mucho conflicto latente, promesa incumplida y mal gobierno que –sumados a la inflación y el desempleo– nos pasan la factura en forma de paros y tomas de carretera. Castillo niega de mil maneras que la grita popular sea contra él: ¿cómo así un instigador y manipulador del descontento puede ser objeto sistemático de aquel?
Pero he aquí la verdad del poder: Pedro Castillo, el sistema eres tú. Tienes poder de decisión sobre 19 ministerios, sobre otras tantas empresas públicas, sobre las fuerzas del orden y las políticas públicas que inciden directamente en el bolsillo y la emoción de la gente. Cuando alguien hace una cola, espera un bono, pide una licencia o busca atención médica y es mal atendido, la cólera traspasa todas las ventanillas y se dirige a tu mal gobierno. Los piquetes, las llantas quemadas, la violencia, las campanadas redoblan contra ti, Pedro Castillo.
¿Cómo un inquilino precario de Palacio de Gobierno puede encarnar un sistema que lo trasciende? Cuando el que protesta percibe que su malestar proviene de la mala gestión del Estado y ya van nueve meses de designaciones y copamiento que permiten decir, sin lugar a duda, que vivimos los efectos de una gestión castillista y cerronista. Hasta los organismo reguladores, con su necesario margen de autonomía, están en emergencia, porque Perú Libre y Castillo están saboteando la elección de sus cabezas. El sistema, por ahora y para quien protesta, en un país 70% informal que no ve el rostro de la gran empresa, es la cara del presidente. Y la oposición desaprovecha este relato, porque se enreda en la provocación constituyente.