Existe en el Perú un difundido cliché según el cual los intelectuales y académicos no sirven para nada concreto. Últimamente se ha instalado un discurso casi despectivo que insiste en definirlos como seres que se esconden en alguna ONG o campus universitario desde donde estos sociólogos, antropólogos, educadores, psicólogos, lingüistas y demás disfrazan su ociosería de inútiles interpretaciones de la realidad que no impulsan el desarrollo del país.
Cada vez más el discurso pragmático deja de lado la reflexión científica y vemos proliferar una mediocre oferta universitaria que les jura a sus alumnos que conseguirán un título al toque, pensando poco e investigando menos. En este contexto dedicarse al desarrollo del conocimiento, a la investigación social y científica, a tratar de entender el complejo país en el cual vivimos resulta casi heroico. Y no solo por la falta de financiamiento, que es una lucha constante para los investigadores del mundo, sino sobre todo por la desesperanza que provoca sentirse rodeado de una sociedad a veces necia, que no quiere saber. Que se resiste a mirar, que le aburre cuestionar.
Por suerte, hay en nuestro país suficientes tercos también del otro lado. Un ejemplo claro es el Instituto de Estudios Peruanos (IEP), que mañana está de aniversario y cumple nada menos que cincuenta años ofreciéndonos herramientas para descubrir nuestros mayores problemas pero también nuestras más grandes posibilidades.
Desde 1964, año en que personajes como José María Arguedas, María Rostworowski o Augusto Salazar Bondy se juntaran con otros pensadores para elaborar un diagnóstico general del país, por el IEP han pasado las mentes más dedicadas a aportar miradas, datos y perspectivas que favorezcan un desarrollo más equitativo, más sostenible y más humano del Perú.
Yo no sé cuál habrá sido su experiencia, querido lector, pero mi idea del país que somos y queremos ser no sería la misma si no hubiera accedido a las publicaciones fundamentales como “Clases, Estado y nación en el Perú” (1978), de Julio Cotler, o “La década de la antipolítica: auge y huida de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos” (2000), de Carlos Iván Degregori.
Hoy, el IEP reúne a más de setenta personas entre investigadores y asistentes de investigación. La mayoría (46) son mujeres (bien por eso), y son más también los jóvenes entre 18 y 40 años. Esto da cuenta de una institución moderna, que ofrece recursos y espacio a nuevas generaciones que han descubierto, como señala Noam Chomsky, que todo intelectual tiene una responsabilidad con la búsqueda de la verdad. Que no se puede sentar a observar lo que ocurre a su alrededor sin cuestionarlo. Que tiene las herramientas para increpar a los gobiernos y para evaluar las decisiones que se toman desde el poder.
Lo que no puede hacer es cruzarse de brazos. Mirarse el ombligo. Dejar de pensar.
En el IEP la tienen clara y hace cincuenta años ahí se piensa en peruano, y no sé ustedes pero a mí no me queda más que ofrecerles mi más profundo agradecimiento por permitirnos ver, a veces discrepar, pero siempre crecer.