“Por medio de la presente declaro, bajo juramento, que absoluta y enteramente renuncio y abjuro de toda lealtad y fidelidad a cualquier príncipe, potentado, estado o soberanía, del cual haya sido súbdito o ciudadano; que apoyaré y defenderé la Constitución y las leyes de los Estados Unidos de América contra todos sus enemigos, extranjeros y domésticos; que profesaré fe y lealtad hacia la misma; que portaré armas en nombre de los Estados Unidos cuando lo requiera la ley; que prestaré servicio no bélico en las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos cuando lo requiera la ley; que haré trabajo de importancia nacional bajo dirección civil cuando lo requiera la ley; y que asumo esta obligación libremente, sin reparo ni propósito de evasión; válgame Dios” (la traducción es mía).
Así juró Pedro Pablo Kuczynski (PPK) cuando decidió ser gringo por ley. No sé si al leer tamaño juramento sonó firme, titubeante o relajado pensando que se trataba de una mera formalidad, de pura retórica. Quizá asumió, pragmático como suele ser, que la nacionalidad gringa convenía a sus negocios globales; y ello no entraba en colisión con su íntima y cotidiana peruanidad.
Yo también soy pragmático y por eso opiné, hace unos meses, que no había que tomar el asunto de la doble nacionalidad a la tremenda, pues estamos en un país y en un mundo donde la migración y la globalización nos obliga a vincularnos sin purismos patrioteros. Que un candidato encarnara sin complejos esa realidad diversa no me parecía y no me parece perverso. Lo que me resultaba grave era que no cumpliera con su promesa de renunciar a ser estadounidense; no el hecho de serlo.
Pero yo no había leído el texto del juramento. Ahora sí creo indispensable que PPK lleve el trámite de la renuncia hasta el fin (le falta aclarar varios detalles). No solo tiene que cumplir con su palabra de candidato empeñada el 2011; sino corregir la palabra que comprometió su convicción de ser peruano. No puede dormir tranquilo quien pronuncie ese juramento y luego aspire al más alto cargo en el país del que retóricamente ha abjurado.
Ahora bien, no creo que PPK esté descalificado por todo esto. Lo estaría si no hubiera empezado el trámite que anunció el domingo pasado. Pero todavía le falta contarnos las circunstancias en las que, conociendo el texto a jurar, decidió seguir adelante con él. También le falta contarnos el otro momento, más adelante, en el que reparó que esto era incompatible con sus aspiraciones políticas en el Perú, a pesar de ya haber sido ministro de Economía y primer ministro con doble nacionalidad.
Será una especial campaña para PPK. Además de proponer soluciones a los problemas candentes, de plantear reformas y marcos de estabilidad económica, metas de crecimiento y reducción de pobreza; todo lo que hace con mayor cancha y asertividad que una Keiko o un Acuña; tendrá que bregar por superar el ‘impasse’ de la doble nacionalidad y ‘rehabilitar’ su peruanidad en toda su extensión.
Es inusual, y por eso divertido, ver a un candidato presidencial asegurando que es tan peruano como los otros. El reto de sus asesores es que esto no se note forzado como ese horrible spot en el que hinchó a la selección nacional, a pesar de que no se le conoce afición por el fútbol. Se notó tan falso como un anciano vestido de colegial. La clave está en proyectar todo con tal naturalidad que quede claro, al menos, que la frescura de PPK es bien peruana.