Al cierre de la presente columna y sin tener la información al detalle, un balance preliminar de la jornada de protestas de ayer arroja el despliegue de algunos focos de mayor virulencia que otros, pero que están bastante lejos de lo que vimos seis o siete meses atrás.
Como se preveía, las marchas y enfrentamientos de Lima son los que más tracción mediática han generado, pero, si al final del día no hay casos trágicos que reportar, habremos estado ante un episodio con eventos esporádicos de violencia pero controlados, sea por las fuerzas del orden o por la vocación pacífica de los manifestantes.
En los días recientes más de una persona se hacía la pregunta (sobre todo cualquier observador internacional sin sesgos) sobre por qué un gobierno con poco más del 10% de aprobación y un Congreso absolutamente rechazado no exacerban una movilización masiva en todo el Perú.
Después de todo, un Estado que no llega con servicios públicos básicos, que no se adelanta a lo previsible como el Fenómeno de El Niño (Yaku fue el telonero), que no activa los resortes mínimos para promover la confianza y, por ende, la inversión privada, y que atiende mal, tarde o nunca a su población frente al asedio del crimen y la delincuencia, debería ser el acicate, no para una, sino para cien marchas y movilizaciones en todo el territorio.
Pero como desde hace años lo hace notar Rolando Arellano, el(la) peruano(a) promedio, emprendedor(a), resiliente por naturaleza desde los 80, tiene una primera gran aproximación hacia la cosa pública: no esperes nada del Estado; todo lo que logres lo harás pese o en contra de esa entidad que está ahí, supuestamente, para ser tu socio, para darte la mano, para servirte, para acompañarte.
De modo que, en una situación de parálisis de la economía y el empleo como la actual, y con una actitud estructural e histórica de resignación frente a las autoridades, el ciudadano promedio privilegia aquello que le permita seguir adelante, pelear por sus ingresos, su familia y su subsistencia, antes que por una agenda política variopinta, extremista en buena parte, acéfala y poco articulada.
Digamos que las prioridades son otras. Mensaje para el Gobierno, el Congreso y para los marchantes: ¿esto significa que Dina Boluarte puede respirar tranquila? Para nada, los retos que tiene al frente son mucho más fuertes que una marcha con poca mecha.