El ‘bottom’ de la lista de los indicadores latinos es el consuelo de los bobos de la región. Haití se devastó por un terremoto que otros hubieran resistido en pie, su poca salud y educación están privatizadas en su mayor parte, los ricos resuelven sus problemas de energía con generadores propios, la basura se apila en las calles. La pobreza en dicho país es tal que no genera revueltas reparadoras, sino que deprime y también devasta.
Estamos lejos de Haití y habría que ser demasiado bobos para usarlo como referente. Además, eso no va a pasar pues estamos muy poco concernidos con su tragedia: la diáspora haitiana de la última década atravesó el Perú sin que la notáramos, buscando destinos más amigables con ella, como Chile y Brasil. A nosotros nos concernió mucho más la diáspora de Venezuela, y ese sí califica mejor como referente. Pero muy parcial. He allí una dictadura que agita banderas socialistas y populistas; pero ejerce efectivamente el poder mientras que aquí, por fortuna, los excesos de Pedro Castillo encuentran sus límites.
Ni Haití ni Venezuela; tenemos que compararnos con nosotros mismos, con lo que fuimos antes del quinquenio de la inestabilidad creciente, y con lo que hubiéramos podido ser si votábamos distinto. Pero, un momento, ¿todo se reduce a haber escogido mal? ¿PPK fue un desastre per se o es que le era imposible gobernar con mayoría absoluta fujimorista? ¿Martín Vizcarra fue otro fiasco en sí mismo o hubiera concluido bien su mandato sino se dedicaba a confrontar al Congreso hasta la disolución y la vacancia?
He ahí el quid de las soluciones políticas. A pesar de que Castillo era la peor opción en el menú de los favoritos (lo creo firmemente), él no es el único gran problema, sino la incapacidad de derecha e izquierda, de ‘fachos’ y ‘caviares’, de entenderse entre sí y con él para interrumpir su mandato. La actividad de los ‘Niños’, que respaldan a Castillo por las prebendas que este les da, explica en parte la debilidad de la correlación anticastillista en el Congreso, pero la corrupción no sostiene tanto a Castillo como el odio entre las facciones que unidas podrían sacarlo.
Por todo lo anterior, hay que promover y aplaudir los acercamientos entre facciones, bancadas, grupos opuestos y diversos. La coalición vacadora que se activó apenas empezó Castillo a gobernar pecó de sectaria, al igual que la izquierda que, tras participar en el Gobierno, se desenganchó de él y no atina a ser oposición ni alternativa de nada. Tan sectaria y apurada actuó la derecha que se lanzó a dos vacancias sin contar los pocos votos que tenían y sin explorar la alternativa del adelanto de elecciones que la izquierda sí digiere. Pero nunca es tarde para entendernos.