De toda la ola de protestas que empezó en diciembre, se agotó en febrero y quiere revivir con una ‘Toma de Lima’ este 19 de julio, me quedo con una oración: “Esta democracia ya no es democracia”. Se corea a ritmo de carnaval ayacuchano, no es violenta y afirma mucho. Quizá sea parte de la cosecha sana de una protesta que devela cosas que no me gustan para nada: reivindicación de Castillo a pesar de su corrupción, propensión al desborde violento en algunos sectores, dirigencias que se obnubilan con sus consignas, pero no hacen el mapeo de lo que más reclama la gente. Peor aún, la intimidan y perjudican, en lugar de reclamar en función de las principales demandas populares.
Según los autores del crepúsculo de la democracia (Levitsky, Vergara, Barrenechea, Zavaleta, entre otros), la frase podría confirmar sus conclusiones: los partidos están en fase avanzada de disolución y ahora les toca lo mismo a otras instancias democráticas. Yo pienso lo contrario: que en el arranque de ese carnaval hay el anhelo de una democracia representativa como nunca se ha tenido. Allí está, en tono de lamento cachaciento, esa sed de representación que convirtió a Pedro Castillo en presidente a pesar de las alertas rojas que sonaban a su paso.
Indagué por el origen de la frase y de las estrofas (cambiantes) que la acompañan, y pude contactar a su autor, un músico de Juliaca que prefirió que no lo cite. Me contó que, en el 2003, 20 años atrás, él usó la misma melodía, con otra letra adaptada a la coyuntura, para acompañar la toma de la UNA (Universidad Nacional del Altiplano). Luego del pasado 15 de diciembre, tras las muertes en un enfrentamiento entre manifestantes y un destacamento militar en Ayacucho, mi interlocutor me contó que le puso otra letra al mismo carnaval. Tras las muertes del 9 enero en su propia tierra, Juliaca, el coro se enervó.
El músico me compartió sus tres estrofas, con un pentagrama: “Esta democracia ya no es democracia (bis)/ Dina asesina el pueblo te repudia (bis)/ ¿Cuántos muertos quieres para que renuncies? (bis)/ Dina asesina el pueblo te repudia(bis)/ Sueldos millonarios para los corruptos (bis)/ Balas y misiles para nuestro pueblo (bis)”.
Ciertamente, el arranque hasta resulta reflexivo tras el maximalismo que le sigue: ‘que renuncie Dina Boluarte, con sus aliados corruptos, porque ha mandado matar al pueblo’. Tras esos versos, pareciera que el diálogo es imposible. Pero siempre es posible. La corrupción es una agenda que el Gobierno no agarra por las astas y la represión de diciembre y enero merece una política de perdón y reconocimiento que brilla por su ausencia. Esta democracia es una precaria, vulnerable, empobrecida democracia, pero he ahí en coro carnavalesco, en una marcha convocada por dirigentes radicales, una sed de la esencia de la democracia, de la representación de los discriminados y los relegados.