En la última semana hemos presenciado cómo una narrativa puede cambiarlo todo. El miércoles 7 de diciembre se tenía claro que Pedro Castillo había intentado dar un golpe de Estado e instaurar una dictadura. Hoy, buena parte de la izquierda no solo reivindica a Castillo como un preso político, sino que ha construido una versión ficticia de los hechos que ha calado lo suficiente como para movilizar protestas a nivel nacional y representar una real amenaza para el nuevo y frágil gobierno de Dina Boluarte.
¿Cómo puede ser que se distorsionen los hechos tan burdamente para acomodar una narrativa casi esquizofrénica? En simple castellano, ¿cómo pasó Castillo de ser un evidente golpista a un preso político en la mente de muchos en cuestión de días?
La izquierda, a pesar de estar fragmentada y debilitada, pudo contar una historia. Una historia falsa, por supuesto, pero una historia, al fin y al cabo. Como en toda narración, hay un héroe agraviado (Pedro Castillo), un villano (el Congreso, la derecha y la Constitución de 1993) y un objetivo noble y puro que el héroe persigue, pero no logra conseguir porque el villano se lo impide (la asamblea constituyente/el ‘gobierno del pueblo’). El propio Castillo, con sus cartas románticamente escritas a mano desde la cárcel, ha contribuido a consolidar este cuento digno de Walt Disney.
¿Qué pasó? Después del golpe fallido de Castillo, la izquierda no tenía nada que perder. Entonces, ¿por qué no agotar las opciones? ¿Incluso las más ridículas? Ya deberíamos saber que en el Perú incluso las interpretaciones más risibles tienen espacio. Sobre todo, cuando no hay contranarrativas para resistir. Desde el centro y la derecha no hubo la narración de un relato propio (por no decir, objetivo al menos). Quizás, ingenuamente, pensamos que el simple hecho de haber presenciado un intento de golpe de Estado en televisión nacional sería lo suficientemente contundente. Que no haría falta una ‘narrativa’ para justificar la vacancia porque los hechos eran absurdamente evidentes. Hoy, en el mundo de las teorías conspirativas, las ‘fake news’ y la posverdad, sabemos que no era así. Esto último debería ser una lección (aprendida a las malas) para el centro y la derecha. Los hechos por sí mismos nunca son suficientes (ni siquiera ante un golpe de Estado).
Ahora que nos hemos visto catapultados hacia un nuevo período electoral, es crucial que la derecha sepa tejer narrativas con peso propio, que vayan más allá de resaltar las cualidades negativas del opositor y que ofrezcan soluciones a problemas reales. Solo así podremos salir de la dinámica infernal en la que estamos, en la que los hechos están de nuestro lado, pero nada parece reflejarlo.