La conquista de los derechos humanos en el transcurso de la historia se ha diversificado en proezas y manifestaciones de rebeldía frente a las injusticias, miserias y autoritarismo, motivado por las insatisfacciones de una ciudadanía inquieta por los tentáculos del poder.
Es un hecho que los regímenes totalitarios, sean de carácter providencial o dictatorial, de izquierda o derecha, fueron el preludio de revoluciones sociales, cambios bruscos que modificaron el trayecto humano e iluminaron el camino de la razón, dejando de lado lo divino y engrandeciendo la libertad a través de las artes, la política, la literatura, la filosofía y, por supuesto, el pensamiento.
¿No es acaso la crítica el motor del progreso en toda democracia, un factor decisivo para derrocar a los fanáticos y sedientos de poder? Los dictadores tienen una estratagema clara: censurar mediante la fuerza de las instituciones militares y policiales con la excusa de mantener un orden ficticio a toda persona que esté en contra de sus intereses hegemónicos.
Para que un país sea próspero, es indispensable que la crítica sea una herramienta esencial, porque, sin ella, el hombre se sumergiría en las tinieblas y nuestras decisiones serían tomadas por un grupúsculo de tiranos que buscarían controlar la vida. El Perú debe despertar y no caer en populismos u otro tipo de gobierno que haya parasitado al país desde su creación como república, enriqueciéndose unos pocos a costa de la miseria de muchos. Como ciudadanos tenemos un rol protagónico en el país. La crítica y el pensar nos hace libres, seámoslo siempre. El día en que no exista la libertad de pensamiento será el día en que haya culminado la vida misma.