Con el paso de los días, la coyuntura política en nuestro país se torna más tormentosa. El ‘Rolexgate’, los escándalos de la fiscalía y un Congreso que planea un estrepitoso aumento salarial parecen ser temas que cada vez nos desalientan más como ciudadanos. Lejos de que tal indignación nos motive a unirnos como peruanos, parece ser que el panorama político nos divide cada vez más.
En noviembre del 2020, el descaro político incitó a que una generación entera se manifestase de diversas formas en contra de quienes encabezaban el gobierno. El clima de unión y participación colectiva daba esperanzas de que el panorama tenía que cambiar, pues parecíamos ya no estar dispuestos a soportar élites políticas que se aprovechaban de los ciudadanos.
Cuatro años después, toda aquella valentía y unión parece haber desaparecido. En vez de buscar soluciones o no repetir errores, queremos buscar culpables, queremos señalar el desacierto del otro. Buscamos enfrentarnos entre nosotros, usamos términos como ‘caviar’ o ‘facho’ para encasillar al otro y nos negamos a escucharlo. Usamos nuestra diversidad como algo negativo; nos separamos en vez de considerar que, a pesar de las diferencias, queremos ver a nuestro país en una mejor situación.
¿Qué nos sucedió como peruanos? Las diferencias ideológicas siempre han existido, pero ¿qué hay de la resignación? ¿Nos quedaremos de brazos cruzados? Hoy más que nunca necesitamos comprender que no somos enemigos entre peruanos, no necesitamos enfrentarnos entre nosotros: es la élite política a la que le tenemos que pedir una rendición de cuentas.