Javier Milei ha triunfado en las elecciones primarias de Argentina. Hay quienes anuncian la llegada del paraíso con su posible victoria en las presidenciales de octubre. Hasta entonces, el economista ha amasado su éxito a través de una retórica antisistema aficionada a los excesos verbales. Quizás lo más novedoso de su discurso sea la inclusión de medidas neoliberales extremas que apuestan por liquidar el devaluado peso, el politizado Banco Central y una serie de empresas públicas y ministerios improductivos.
A simple vista, parece el gran antídoto para la eterna crisis argentina, agraviada por la mediocridad y la negligencia del gobierno peronista de turno. Sin embargo, a medida que se excava en su programa “libertario”, asoma una incómoda sensación de ‘deja vú’: “prohibamos la educación sexual, permitamos, en cambio, la libre tenencia de armas”. Y, si uno cree que esto es muy radical, se equivoca, porque el “marxismo cultural” le ha lavado el cerebro. Suena familiar, ¿verdad?
Porque Milei, el novedoso, el radical, el antisistema, es en realidad el hijastro perdido de Jair Bolsonaro; el primo rioplatense de José Antonio Kast; la variante académica de Nayib Bukele. Es un personaje que reivindica una urgente libertad económica, pero que en materia social cruza la delgada línea entre el libertinaje y la represión. Desprecia al feminismo y sus respuestas hirientes a las periodistas de su país lo asemejan a exponentes del “machismo leninismo” peruano como Guido Bellido y Aníbal Torres. Porque sí, en política, los opuestos se asemejan más allá de lo aparente. Su candidata a vicepresidenta, Victoria Villarruel, ha minimizado los crímenes de la dictadura militar y restringe el calificativo de “terroristas” a los Montoneros.
Ahora bien, hay un detalle crucial: de ganar la elección presidencial, Milei deberá pactar con la “casta” macrista que hoy desprecia si quiere sacar adelante su gobierno ante los embates del peronismo más rancio. Allí habría un contrapeso derivado de una realidad: en Argentina existe un sistema de partidos políticos defectuoso, pero vibrante. Mientras que en el Perú de Dina Boluarte y Rafael López Aliaga, los caudillos conservadores son la norma vigente. La izquierda progresista se marchitó ante su nociva simbiosis con el gobierno de Pedro Castillo. Y, del otro lado del espectro, los “partidos” de derecha son cajas de resonancia del fujimorismo: el culto al ‘status quo’ de la criollada. Así que si la libertad avanzará con Milei es algo debatible. Pero de las autoridades peruanas solo hay certezas. Y todas apuntan al calabozo