En estas fechas, cumplir con la jornada laboral se le hace pesado a todo el mundo. Los hombres de prensa, por supuesto, no son una excepción y, como cualquier hijo de vecino, quieren despachar las responsabilidades del día lo más temprano posible y correr a casa a empezar las celebraciones. Para el efecto, acuden a recursos que les permitan llenar las páginas de los diarios o las horas de programación televisiva de manera expeditiva y sin sudar demasiado. Como, por ejemplo, preguntarle a una serie de personajes de la política, el espectáculo y el deporte qué le regalarían al presidente por Navidad. Las respuestas oscilan habitualmente entre el lugar común y la pulla apenas disimulada, y no dan la impresión de obedecer a una genuina vocación de desearle al mandatario de turno aquello que clamorosamente le hace falta.
Tenemos que confesar que, mientras el reloj avanza y el empacho de los villancicos que flotan en el aire se insinúa como el arma más eficaz para liquidar a tanto pavo que aguarda inocente la consumación de su destino, en esta pequeña columna, hemos decidido ceder por una vez a la tentación de echar mano de la rendidora pregunta. Pero, a fin de no incordiar al prójimo en tan comprometida ocasión, nos la hemos planteado a nosotros mismos. Con la determinación, eso sí, de darle una respuesta meditada.
–Con el pie izquierdo–
¿Qué regalo de auténtica utilidad podríamos, entonces, desear que el profesor Castillo encontrara esta mañana al pie del árbol de Navidad que seguramente sus edecanes más solícitos han levantado en Palacio de Gobierno o en Breña? Pues, después de mucho cavilar, hemos llegado a la conclusión de que tendría que ser un asesor o, mejor todavía, un agente de prensa. La tensa relación con los medios no es por cierto el único problema que agobia al jefe del Estado en la actualidad (ni el más grave), pero a diferencia de los otros, tiene solución. O podría tenerla.
Hablamos, como se sabe, de una relación que empezó, por así decirlo, con el pie izquierdo. No solo porque el programa de gobierno que suscribió el ahora presidente al postular por Perú Libre prometía censuras y control de contenidos bajo el pretexto del compromiso con la educación y la protección de la moral y las buenas costumbres, sino porque durante la campaña azuzó en más de una oportunidad a quienes escuchaban sus discursos en la plaza pública contra los periodistas que cubrían el acto.
Luego, ya instalado en el poder, la hostilización continuó. Y la circunstancia de que la puntual vigilancia de la prensa lo obligara a cambiar, uno tras otro, a ministros incapaces o protagonistas de algún desmán no ayudó a relajar el ambiente. Por el contrario, el mandatario optó por encerrarse y no conceder entrevistas como único mecanismo de defensa frente a los destapes que cotidianamente lo ponían contra las cuerdas y mellaban su popularidad. Sobre su posible involucramiento en el intento de forzar determinados ascensos militares o sobre sus furtivas reuniones en el inmueble del pasaje Sarratea, por mencionar solo algunos de los casos en los que habría sido deseable escuchar su palabra, no se sometió al escrutinio de los medios críticos a su gestión. Y más bien los amenazó con “no darles ni un centavo” (del presupuesto de la publicidad estatal) porque “tergiversan la realidad”.
El reciente escándalo de la licitación para venderle biodiésel a Petro-Perú ganada en circunstancias más que sospechosas –y ahora anulada– por una empresa cuyo representante se había reunido unos días antes en Palacio con él, con el gerente de la empresa estatal y con la ubicua Karelim López, lo obligó, no obstante, a amagar esta semana un cambio de actitud: invitó a la casa de Pizarro a un puñado de distinguidos colegas a conversar sobre sus cuitas. Un gesto que podría ser interpretado por algunas almas benevolentes como el anuncio de una próxima apertura… De no ser por el inconveniente de que, a ese respecto, ya no quedan almas benevolentes.
Así el compromiso que, según contó Jaime Chincha, ha asumido el profesor Castillo de conceder entrevistas a partir de enero ha despertado en la opinión pública la misma confianza que las promesas de hacer deportes y dejar el trago que escuchamos por todos lados conforme se acerca el 2022. Los viejos hábitos son duros de matar.
–Estoy verde–
El cuento ese de que el próximo mes se nivela, nos tememos, no ha de haberle reportado mucho oxígeno en estos momentos; y no bien pasen las fiestas, el periodismo volverá a la carga. Su única posibilidad de conseguir medios como aquellos que pueblan los sueños de la vicepresidente Dina Boluarte –esto es, “hermanados” con el gobierno e incapaces de hacer las “preguntas que no hacen bien a la sociedad”– pasa, pues, por procurarse un encargado de prensa que irradie simpatía y doblegue las suspicacias de quienes hoy lo asedian micro en mano.
Parece difícil, pero la verdad es que el jefe del Estado tiene la solución a su problema tan cerca que no puede verla, así que nuestro regalo por Navidad consistirá en hacérselo notar: lo que tiene que hacer, simplemente, es convertir a su pascual ministro de Justicia en el responsable de lidiar con reporteros y entrevistadores, y la sonrisa brotará de manera espontánea en el rostro severo de esos hombres de prensa. A ver, coleguitas, digan ‘grinch’.
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