Cuando un político llama a “voltear la página” acerca de algún hecho controvertido o ingrato es, por lo general, porque en la página que está todavía a la vista hay un asuntillo que necesita cubrir. Resulta curioso por tal razón que sea esa justamente la invocación que haya hecho este jueves el presidente Vizcarra acerca de la denegación de confianza que una mayoría de la representación nacional le dispensó dos días antes al Gabinete Cateriano.
Como se recuerda, unas horas después de la votación liquidadora, el mandatario sugirió en mensaje al país que, detrás de lo ocurrido en el Congreso, habían existido “acomodos bajo intereses particulares” y “cálculo político que no busca el bienestar de la población”. Pero de pronto, 48 horas después, todo eso dejó de importar. Los intereses particulares y el cálculo político fueron, al parecer, un momento de debilidad de una pandilla de legisladores alborotados que no se repetirá.
Sintomáticamente, los voceros de varias de las agrupaciones políticas a las que el jefe del Estado dio la impresión de estar aludiendo en su soflama inicial han aparecido luego en los medios acogiendo ruidosamente la invitación a la vuelta de página y agregando la más socorrida de las fórmulas retóricas para enterrar desaguisados y entuertos: “no hay que mirar atrás”.
En esta pequeña columna, sin embargo, tenemos vocación nostálgica y queremos echarle una ojeadita analítica a los acontecimientos turbulentos del pasado que acabaron trayéndose abajo al equipo ministerial encabezado por Cateriano.
–Cría gremlins…–
Una lectura apresurada del episodio ha hecho pensar a muchos que la negación de la confianza al Gabinete del que hablamos ha supuesto un trago doblemente amargo para el presidente. Por un lado, habría perdido a un colaborador valioso; y por otro, habría cosechado finalmente lo que sembró al cerrar el Congreso anterior: una votación irresponsable de parte de la segundilla parlamentaria que las elecciones que auspició necesariamente iban a producir. Llamar a un proceso en el que los ganadores solo podrían ocupar sus curules por un año y tres meses y sin reelección posible era, después de todo, casi como colocar un cartel que dijera: “Se necesita piratas”. En consecuencia, si fue él mismo quien crió a los gremlins que ahora le están sacando los ojos, mal podría quejarse.
Pero las cosas nunca son tan sencillas. En realidad, los votos en contra que Cateriano obtuvo la mañana del martes eran, en su mayoría, previsibles. El Frente Amplio, UPP y el Frepap nunca iban a respaldar a un primer ministro que les había espetado en la cara la verdad impronunciable: que sin poner en marcha los proyectos mineros a los que ellos se oponen no hay manera de sacar el país adelante.
Los votos que tienen que haber sorprendido al ahora ex presidente del Consejo de Ministros, en cambio, son los de los abstinentes. 34 congresistas –todos de las filas de Alianza para el Progreso y Acción Popular– se abstuvieron efectivamente de dar o negarle la confianza a su Gabinete: una circunstancia extraña si se considera que, durante las campañas, lo que los postulantes al Parlamento les ofrecen a sus electores es esencialmente representarlos en ese foro. ¿Tiene sentido entonces que, llegado un trance tan delicado como este, decidan no hacerlo?
Fueron esos votos, y no los francamente emitidos en contra, los que se trajeron abajo a Cateriano y su equipo. Y, disculparán ustedes la suspicacia, pero esa forma de producir acuchillamientos asegurándose de que la sangre quede en las manos de otros no es nunca producto del azar. Aquello fue sin duda calculado y conversado. Y lo único que hace falta saber es quiénes fueron todos los contertulios. Porque, a lo mejor, hubo por ahí otros abstinentes.
–Pacto Perú–
En esta pequeña columna, estamos convencidos de que Cateriano se convirtió rápidamente en un primer ministro incómodo para Vizcarra. No solo le sacó el verdadero número de víctimas del COVID-19 del clóset, sino que puso sobre el tapete el rol imprescindible de la minería para la recuperación de nuestra economía. Y al presidente que quedó expuesto ante todo el país cuando se conocieron las conversaciones en las que conspiró a puerta cerrada para bloquear el proyecto Tía María, eso tiene que haberle sabido a colagogo.
Compárense, adicionalmente, las palabras de despedida que el jefe del Estado tuvo para el inhábil Zeballos (“ha hecho una excelente función”, “tiene que seguir colaborando con nosotros porque está comprometido con el desarrollo del Perú”) con la esquela de agradecimiento por los servicios prestados que le dedicó a Cateriano. Y agréguese, por último, la necesidad que tenía el mandatario de un buen escándalo que tapara en las noticias la historia de sus amigos tenistas con beneficios.
Bajo esa luz, el Pacto Perú comienza a adquirir un aspecto distinto. Uno en el que diversos actores políticos se ponen “fácticamente” de acuerdo para abstenerse de ver lo que es evidente, oír lo que es clamoroso o decir lo que puede salvar la jornada, a fin de que otros se encarguen de hacer por ellos el trabajo sucio.
Si usted piensa que la caída de Cateriano afligió a Vizcarra, piense de nuevo.