A Julio Guzmán, presunto líder del Partido Morado, le han iniciado una investigación preliminar por un igualmente presunto lavado de activos. Como se sabe, la denuncia sobre la que se ha basado el equipo especial Lava Jato para echar andar el proceso está pegada con baba, lo que ha ocasionado que se les atribuya a esos otrora campeones de la justicia afán de ‘figuretismo’, cuando no intenciones de persecución política.
Se trata, desde luego, de un empeño descabellado. No solo porque los elementos indiciarios para poner a Guzmán bajo la lupa son deleznables (un meme y una declaración airada de un excongresista), sino, sobre todo, porque perseguir a un velocista de polendas es siempre una tarea condenada al fracaso.
“El uso que se le está dando a esto es con la intención de sacarme de carrera”, ha declarado el propio investigado en candorosa confirmación de que el recuerdo de cierta precipitada tarde no lo deja tranquilo. Pero, deslices léxicos aparte, la verdad es que su indignación permite entrever por momentos unas briznas de entusiasmo. Volver a la notoriedad en calidad de víctima, después de todo, nunca es una mala noticia para un político. Particularmente si en la última encuesta sobre intención de voto presidencial –la divulgada este mes por el IEP– ha obtenido el 1,7%. De manera que, aun cuando Pérez, Vela y compañía comprendan que han pisado en falso y traten de desactivar el desaguisado de inmediato, es seguro que a Guzmán lo seguiremos escuchando hablar del asunto durante toda la campaña. Que la providencia dispense paciencia.
—El Céfiro o el Bóreas—
Objetar la investigación fiscal a la centella morada, sin embargo, no es lo mismo que afirmar que no merece investigación alguna. En esta pequeña columna, por ejemplo, pensamos que una de naturaleza cósmica le caería muy bien. Es decir, una investigación que intente establecer su ubicación en el universo. Porque, cuando de adoptar posiciones claras a propósito de cualquier materia espinosa se trata, Guzmán se incomoda, da pasitos hacia adelante y hacia atrás, y finalmente queda como suspendido en el éter.
Tuvimos muestras de ello en la campaña pasada cuando se le preguntó qué haría en un eventual gobierno suyo con la ley de consulta previa (“No la vamos a implementar porque se puede prestar a manipulación”, sentenció primero; y un día después, espantado por las críticas, balbució: “Lo que vamos a hacer es que su implementación sea buena”) o cuando se enredó en un trabalenguas acerca de si reduciría impuestos o no.
Pero para no quedarnos atrapados en el pasado, veamos lo que escribió hace solo dos días sobre la iniciativa parlamentaria para que se “devuelvan” los aportes a la ONP. “Más allá de los errores de diseño y del carácter inconstitucional de la propuesta de la mayoría del Congreso –anotó–, comprendemos las legítimas demandas de la gente, sobre todo [de] los pensionistas”… ¿Entendió usted? ¿Serán los errores de diseño o la inconstitucionalidad de la propuesta problemas suficientes para que el Partido Morado se oponga a la medida ‘gremlin’? Pues, puede que sí y puede que no. Dependerá, aparentemente, de si sopla el Céfiro o el Bóreas.
Al momento de escribir estas líneas, todavía no se sabe si el asunto que mencionamos será finalmente votado en la sesión legislativa de este viernes, pero, como curándose en salud, Guzmán añadió en su pronunciamiento del jueves lo siguiente: “El gobierno ayer nos presentó una contrapropuesta; pero a pocas horas del pleno del Congreso y ante la falta de trabajo previo de gestión política con las bancadas, esta opción ya no es factible. Esto, sin duda, influenciará la votación de la Bancada Morada mañana”. Una sentencia en la que es difícil decidir si pesa más la impronta del líder o la visión del estadista.
—Hábito morado—
De cualquier forma, a la luz de la disposición escurridiza que el fondista que nos ocupa ha exhibido en tantos trances, es legítimo plantearse algunas interrogantes sobre cuál será su posición en torno a ciertos asuntos esenciales en la campaña del próximo año. No exactamente “las inmensas preguntas celestes” de las que habló el poeta Antonio Cisneros, pero sí unas moraditas que nos ayuden a perfilar al candidato con precisión.
¿Tiene él, por ejemplo, una postura definida con respecto a los proyectos mineros paralizados, o se va a quedar en la recitación de que la minería es importante pero no le quita el sueño? ¿Se inclinará a favor de una reforma laboral que permita recuperar los empleos perdidos y reducir la informalidad en el país, o seguirá perorando sin norte a la vista sobre las salidas creativas al problema y la necesidad de pensar “fuera de la caja”? ¿Insistirá en las supuestas bondades del control de precios o se acordará de que estudió economía y de la escasez y los mercados negros que las políticas de este tipo invariablemente han producido a lo largo de la historia? Y así…
Como todas las preguntas acuciantes, sin embargo, quizás estas estén condenadas a solo sumirnos en una perplejidad mayor a la que sentíamos antes de hacerlas, pues la vocación por las respuestas sibilinas no es un hábito del que los políticos suelan desprenderse con facilidad. Menos si la temporada electoral está cerca.
Cuando empiece la campaña, nos tememos, nos toparemos con la evidencia irrefutable de que, para todo efecto práctico, Guzmán sigue corriendo.