Mario Ghibellini

En realidad, la idea original puede haber sido de Keiko, motor inmóvil de todos los despropósitos naranjas, pero es indudable que el congresista la puso en práctica con esmero. El episodio que se inició con su brusco planteamiento de reconsiderar la votación del 20 de diciembre del 2022 en la que un adelanto electoral para abril del 2024 y terminó con la liquidación de esa posibilidad y la izquierda haciendo agitación y propaganda sobre la en el pleno fue un desaguisado sin atenuantes, y el malhumor con el que él responde ahora a las preguntas de la prensa al respecto revela que la factura ya le llegó.

Guerra García, en efecto, lideró el viraje fujimorista que pretendió conseguir que el calendario electoral se adelantara, más bien, para fines de este año… y cosechó 54 votos a favor, y dos abstenciones. Es decir, se fue al archivo. En el camino, sin embargo, el partido decano de las segundas vueltas se las arregló para proyectar una imagen que para unos era de ventajista y para otros, de apocado; pero que invariablemente lo colocaba en el sitial de privilegio que al final del día siempre ocupa en la estima nacional.


–Dos razones, una torpeza–

Lo que el fujimorismo sacrificó con su reciente caballazo no es poca cosa. El adelanto aprobado en diciembre había recogido insólitos 93 votos a favor –los de la bancada naranja incluidos– y solo 30 en contra. Y si ese ‘score’ se repetía en la siguiente legislatura, el asunto estaba zanjado. Con tiempo, además, para introducir unas cuantas reformas que nos permitieran abrigar ilusiones sobre un futuro menos desastroso, tanto a nivel del Ejecutivo como a nivel del Legislativo. Pero la reconsideración de marras borró lo avanzado: lo aprobado el año pasado, simplemente, ya no está vigente.

No ignoramos que que la votación antedicha se repitiera. El sector de la izquierda que originalmente se sumó a ella para no parecer contrario al reclamo de “las calles”, iba a desandar de seguro sus pasos, poniendo otra vez la cuestión de la constituyente como condición para brindar su apoyo. Y no dudamos de que en Renovación Popular se iban a producir también algunas deserciones por orden del alto almirantazgo. Pero, por una parte, esos parlamentarios veleta iban a tener que hacerse cargo de su cambio de bando; y, por otra, reunir los 66 votos que habrían hecho falta para llevar la materia del adelanto de los comicios a abril del 2024 –y ninguna otra– a un referéndum no era imposible. Y ese habría sido un referéndum ganado de antemano.

Guerra García y sus valientes, no obstante, se empeñaron en forzar el escenario que suponía echar todo eso por la borda y lo consiguieron. Y uno, claro, tiene que preguntarse por qué. ¿Era acaso el resultado adverso a sus pretensiones difícil de anticipar? La verdad es que la circunstancia de que la congresista Tania Ramírez lo hiciera sugiere que no…

Eso nos lleva, entonces, a las dos hipótesis antes aludidas: la del ventajismo y la del apocamiento. La primera imagina a una Keiko interesada en precipitar las elecciones para impedir que nuevos partidos se inscribiesen en el Registro de Organizaciones Políticas (ROP) y tener así menos competidores en la liza por venir. Un argumento necio, desde luego, porque está visto que, incluso en un estuche muy apretado de opciones, los votantes terminan siempre descubriendo una válvula de escape para sus pocas ganas de respaldarla. Pero ya se sabe que la necedad no es razón para descartar motivación alguna en el proceder fujimorista.

La segunda postula, en cambio, a una lideresa y una bancada naranjas amedrentadas por la extorsión del brazo violento de las protestas. Una lideresa y una bancada dispuestas, en ese sentido, a ceder a la exigencia del adelanto alocado de las elecciones y quién sabe a qué más, sin importar si eso espantaba a su base política de origen haciéndola volver sus ojitos soñadores hacia Renovación Popular.

En el fondo, da lo mismo. Fuese cual fuese la intención que existía detrás, el vuelco acaudillado por Guerra García era una torpeza. Y el malhumor de sus declaraciones posteriores al porrazo en el pleno lo confirma. “Hay un boicot permanente de la izquierda, que no va a parar y va a seguir diciendo ‘asamblea constituyente’”, ha proclamado como quien se topa con una ingrata revelación repentina. Mientras que a la legisladora Tania Ramírez la ha acusado de hacer una contracampaña por haberse atrevido a decir lo evidente. Si no quiere llamar a las cosas por su nombre, sin embargo, siempre es posible hacerlo por él.


–Las olas y el viento–

Lo cierto es que, llevado al parecer por esa devoción que suele arder en el corazón de los conversos, ‘Nano’ les cantó a sus compañeros de bancada aquello de “vamos a la playa, calienta el sol” y terminaron todos achicharrados. Lo que tendría que haber dicho al caer en la cuenta de que los había conducido en realidad al inhóspito encalladero de un naufragio es, por supuesto, “me equivoqué de playa”. Pero las olas y el viento, como se recuerda, tienden a relajarlo y hacerle bajar la guardia.

Para el invierno, seguro, estará otra vez funcionando a toda máquina.

Mario Ghibellini es periodista