(Ilustración: Mónica González)
(Ilustración: Mónica González)
Mario Ghibellini

El gobierno no tiene con quién practicar la reconciliación. Mientras sus representantes extienden los brazos como ‘teletubbies’ ofreciendo en vano apretones que enganchen a algún incauto en el supuesto gabinete de la ídem, los ministros del que tenían cuando eran soberbios, lujosos y autosuficientes se les van escurriendo de las manos sin remedio. Al momento de escribir esta columna, no hay indicios de movimiento de muebles en el Salón Dorado de Palacio y es casi seguro que continuará sin haberlo cuando salga publicada. Los políticos o tecnócratas dispuestos a integrar el equipo de Meche Aráoz no parecen abundar y la razón no es un misterio: la recién ratificada premier ha visto últimamente mellado el principal de los atributos que alguien en su posición requiere para poder enrolar colaboradores de prestigio. Esto es, su credibilidad.

Dulce catalepsia

En circunstancias en que la palabra del jefe de estado ha perdido toda posibilidad de ser considerada siquiera una media verdad, además, la necesidad de contar con una presidente del Consejo de Ministros cuyos anuncios sobre las acciones del gobierno en el futuro inmediato (digamos, en los próximos tres días) puedan generar confianza resulta dramática. Y sin embargo, es precisamente en ese nervio en donde la capacidad de la señora Aráoz de encabezar el gabinete ha sufrido los peores golpes de hacha. Veamos.

Primer hachazo: “Vamos a asegurar que este gobierno continúe en el poder. Perú nos eligió a los tres y los dos vicepresidentes vamos a defender nuestro mandato”, aseguró ella el 17 de diciembre, cuando la vacancia del actual mandatario parecía inminente. Y tres días después, Kuczynski afirmaba en mensaje a la nación que ninguno de sus dos vicepresidentes quería “ser parte de una maniobra injusta y antidemocrática”, sugiriendo que, si él era removido de la presidencia, sucedería exactamente lo contrario a lo que Meche había proclamado.

Segundo hachazo (y el peor de todos): “El gobierno de Peruanos por el Kambio no negocia indultos”, recitó la premier el 21 de diciembre, mientras se debatía en el Congreso la moción de vacancia. Y tres días después, ya con su permanencia en Palacio asegurada, el mandatario le concedía al ingeniero Fujimori un indulto al que por poco se les olvida quitarle la etiqueta del precio.

Tercer hachazo: “La próxima semana”, aseveró la señora Aráoz el 29 de diciembre a propósito del plazo en el que se presentaría en sociedad al flamante ‘gabinete de la reconciliación’. Y, no obstante, el limbo político y administrativo en el que nos sumió la noticia de que los que en ese momento mandaban en sectores medulares de la administración pública dentro de poco quizás ya no lo harían, se extiende y extiende desde entonces, mientras todos padecemos una dulce catalepsia semejante a la que, según la fábula, se apoderó alguna vez de todos los habitantes del castillo de la Bella Durmiente.

Como se ve, los tres hachazos no han bastado para animarla a renunciar, a pesar de que todos le han sido propinados de alguna manera por el presidente. Pero la han dejado, eso sí, con la cabeza pendiendo hacia un lado, como le ocurría a ese fantasma que los estudiantes de Hogwarts conocían como ‘Nick casi decapitado’.

Lo que en las novelas de Harry Potter puede resultar simpático, sin embargo, en una ceremonia de juramentación de nuevos ministros –como la que tarde o temprano habremos de tener– lucirá de seguro indecoroso. Por lo que la señora Aráoz tendría que decidir en los próximos días si envía una carta de despedida o se consigue un bonito collarín.

Esta columna fue publicada el 06 de enero del 2018 en la revista Somos.