‘El pueblo’ ya fue. Ahora se dice ‘la calle’. De tanto ideologizarlo unos y estratificarlo otros - ABCDE, con y sin aspiraciones, no sabe, no opina- el pueblo se volvió amorfo e inasible. La calle, en cambio, contiene a todos los estratos y edades, está dura y gana batallas muy concretas, como la de la Ley Pulpín.
A la derecha nunca le gustó el pueblo –la palabra, quiero decir- porque sus opuestos se lo restregaron en la cara. Y la izquierda lo gastó de tanto mentarlo para apropiárselo. Hoy, a un caviar fino, pronunciar ‘pueblo’ le parece una huachafería populista. ‘Calle’, en cambio, es cool, sofisticada y a la vez achorada. Y si la pronuncias en el momento oportuno, das a entender que tú la tienes y tu adversario no. ‘Le falta calle’ es lo que decimos para descalificar a cualquier advenedizo en la competencia diaria; y ‘no supo oír a la calle’, es lo que los opositores dicen de los gobiernos, como la muy izquierdista Rosa Mavila dijo de Ollanta Humala en el debate congresal del lunes pasado. La calle, entonces, no es esencialmente corrupta, sino normalmente virtuosa y poseerla es tan necesario como poseer sentido común. La calle también es sensual y de buena recordación publicitaria: por eso, el “Asu mare II” es promovido por Cachín Alcántara y Gastón Acurio, como ‘cine con calle’.
Hay una excepción parcial a todo lo que digo: si bien el ‘pueblo’ ya fue , lo ‘popular’ sígue vigente. Pero no es un sustantivo pronunciado con solemnidad, sino adjetivo, rasgo, vaga característica adosada a otro concepto más sólido. Cultura, arte, sentimiento, teoría, medicina ‘populares’, son asuntos de nomenclatura y clasificación, más que de ideología y adhesión.
¿Por qué este desplazamiento de la carne humana al asfalto? Una respuesta provisional: La relativización de ideas que parecían firmes y se pronunciaban con gravedad ideológica, la ya vieja crisis de los paradigmas; ha vuelto obsoleto al ´pueblo’ entre muchos otros conceptos. De ahí que se prefiera ‘calle’, que remite a una realidad pura y dura, genérica y pos moderna. Añado otra razón: La calle es la concreción material de la virtualidad de los contactos en las redes. De tanto imbuirnos en ellas en los últimos años, se nos ha dado por extrañar la presencia vital de la calle en nuestro discurso y en nuestra experiencia. De ahí que la volvamos a invocar y a caminar con ganas. Sin que haya una oposición, eh, pues en política, la mejor manera de llenar la calle es desde la red.
Permítanme una digresión literaria: ¿La calle es metáfora, metonimia o sinécdoque de pueblo? No es exactamente una metáfora (una imagen que representa a otra siendo totalmente distinta, como si fuera un símbolo), pues aquí si hay una relación. El pueblo está asociado a la calle, discurre por ella, lo que nos lleva a la metonimia (representación de un objeto por otro contiguo), que en este caso, sería la figura más pertinente. Descarto la sinécdoque (la representación del todo por una de sus partes), pues la calle no es parte del pueblo, lo excede.
Bienvenida, entonces, la dura, metonímica, diversa, achorada y vivísima calle que marcó el fin del pueblo. Pero mejor me como la paráfrasis a Fukuyama y su ‘fin de la historia’. Digamos, para conciliar, que el pueblo tiene mucha calle por detrás y le falta mucha calle por delante.