A unos diez metros del cordón policial ubicado en la avenida Abancay, un manifestante da vueltas a una huaraca que carga un pedazo de concreto sacado de la vereda. En tan solo segundos, el objeto contundente es lanzado a gran velocidad e impacta contra el escudo de un policía. Al lado del agente, otro efectivo se hace espacio entre sus compañeros y apunta su escopeta lanzagranadas, de manera lineal, al cuerpo de otro manifestante. La distancia es corta. Dispara.
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Esto es lo que se vivió por largas horas durante cada día de manifestaciones a lo largo de todo el país. Rocas, palos, perdigones y gas lacrimógeno volando por los aires. Actos vandálicos por el lado de los manifestantes y acciones que van en contra del reglamento, por parte de la policía. Durante la cobertura de las movilizaciones en el Centro de Lima, El Comercio recopiló todos los restos de las armas empleadas durante estos conflictos, los cuales ya cuentan con más de medio centenar de muertos y cientos de heridos a lo largo del país.
Las armas de los manifestantes
Durante los enfrentamientos, un elemento reiterativo era el constante sonido de un silbido, acompañado por el estruendo de un pirotécnico que reventaba a los pies, o encima, del cordón policial. Algunos de estos elementos explotaban en el aire, otros emitían luces que caían sobre los agentes. En algunos casos, los proyectiles nunca despegaban y estallaban al lado de los propios manifestantes.
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Si bien su venta fuera de las ferias autorizadas por la Sucamec, entidad reguladora, es ilegal, El Comercio pudo comprobar la facilidad con la que pueden ser adquiridos. De hecho, estos elementos, fabricados artesanalmente, están presentes en múltiples celebraciones y fiestas patronales en las diversas regiones del país, como lo indicó a este Diario, Manuel Balladares, exsuperintendente de la Sucamec. En las movilizaciones, se usaron como armas, incluso siendo direccionados con tubos de plástico hacia la policía y otros objetivos.
Una vez desatado el caos, decenas de vándalos se encargan de destruir todo a su paso, con el fin principal de recopilar escombros, rocas y piedras que puedan usar para atacar al contingente policial. Se rompen veredas, pistas y escalones. También se destruye señalética y todo lo que encuentren a su paso que de alguna forma pueda emplearse como un arma. Algunos, lanzan estos objetos con la mano, pero otros emplean hondas y huaracas para generar más daño.
A pesar de estar prohibido por reglamento, los efectivos policiales también usan sus manos para lanzar estos escombros. Una vez que cae la lluvia de piedras, disparada desde la zona de los manifestantes, los objetos chocan con los escudos y con el cuerpo de los agentes. Luego, caen al piso, acumulándose toneladas de estos elementos que revelan la magnitud del conflicto. Es ahí cuando los policías aprovechan para devolver el ataque. Si solo aquellos efectivos entrenados pueden usar las escopetas y lanzagranadas, cualquier uniformado puede lanzar una roca. De ambos lados, los pedazos de la ciudad vuelan por el aire.
Armas menos letales
Como parte de las labores de la Policía Nacional del Perú (PNP) se encuentra el control de disturbios que puedan desarrollarse en cualquier momento, incluso durante marcha que comienzan pacíficas, pero que luego se tornan violentas. Ya sea que una marcha se convoque anticipadamente, o nazca de un estallido social, efectivos de unidades especializadas, como la Unidad de Servicios Especiales (USE), son desplegados en las zonas de interés.
Sobre ellos cargan un equipo de protección para protegerlos de impactos. Llevan cascos, escudos y máscaras antigás. En la cintura, guardan una cachiporra. Pero además de estos artículos, principalmente de defensa, algunos portan unos artefactos similares a unas grandas, muchas veces en el chaleco que les cubre el pecho. Estas son granadas de gas lacrimógeno, las cuales pueden ser lanzadas con la mano a cortas distancias.
Entre los efectivos también se distinguen otros dos tipos de agentes: los que cargan lanzagranadas y los que llevan escopetas. Los primeros son los encargados de disparar los cartuchos de gas lacrimógeno, de 37/38 milímetros. A diferencia de las granadas, al ser descargadas con el arma, la munición sale a gran velocidad, recorriendo varios metros antes de caer al suelo. Esto, en caso sean lanzadas a 45 grados hacia arriba.
Los escopeteros llevan un arma diferente, más delgada y con un cañón más pequeño. Estos dispositivos disparan los perdigones de goma, los que vienen dentro de un cartucho de calibre 12. Cuando se gatilla el armamento, el cartucho libera la munición a una velocidad aproximada de 370 metros por segundo. Su uso no solo está altamente regulado, sino que, de incumplirse con el reglamento, pueden ocasionar graves lesiones o, incluso, la muerte. Lo mismo sucede con los cartuchos de gas lacrimógeno.
Ante esto, Ricardo Valdés, exviceministro del Interior, recalcó a El Comercio que estas armas deben ser consideradas como “menos letales”, ya que no hay garantías totales que no puedan llevar a alguien a la muerte si se aplican de modo incorrecto.