MDN
Callejón de Huaylas
Carlos Batalla

La mayoría acababa de ver -vía satélite- el partido inaugural del mundial de fútbol México 70, entre el equipo azteca y el soviético (URSS), cuando sobrevino el terremoto de 7.9 en la escala de Richter. Esos interminables 45 segundos sembró el terror y la muerte en las provincias del norte de Lima, causando los mayores daños en el departamento de Áncash.

-El dolor de Yungay-

El movimiento sísmico aconteció a las 3:23 de la tarde. Pero todo se agravó en Yungay diez minutos después. Desde el pico norte del nevado Huascarán, el glaciar 511 se desprendió en una franja de unos 800 metros de ancho por 1,500 metros (1.5 km.) de largo, la cual al caer provocó, primero, un sonido ensordecedor para luego formar una avalancha de 30 millones de toneladas de lodo, hielo y piedras.

El aluvión enterró en segundos las localidades de Yungay y Ranrahirca, pero también destruyó casi completamente Caraz y Carhuaz, en el Callejón de Huaylas. Huaraz, la capital del departamento, fue otra urbe azotada por la fuerza de la naturaleza. Las casas de adobe “mal preparadas” no resistieron el embate del sismo, y el Hotel de Turistas de la ciudad se improvisó, desde el primer día de la crisis, como hospital de emergencia.

Sin embargo, lo de Yungay fue lo más doloroso. Una bola gigante y oscura, por momentos incandescente por la fricción del hielo y la tierra, avanzó en caída libre a una velocidad de 400 km/h. Solo allí hubo alrededor de 20 mil muertos.

Unas 300 personas, casi todos niños, se salvaron al subir a la zona más alta del cementerio general, cuyo Cristo Redentor salió incólume. También sobrevivieron los niños y adultos que estuvieron en un circo instalado en el Estadio Fernández.

De Yungay solo quedaron en pie cuatro palmeras de la plaza principal. Una rebosante plaza que adornaban 36 palmeras. Durante 24 horas una nube de polvo oscuro y espeso se mantuvo a ras del suelo y se elevó a una altura que no permitió por horas que se movilizaran los helicópteros de la Fuerza Aérea del Perú (FAP). Por eso se empezó atendiendo a pueblos y ciudades de la costa ancashina, muy afectadas también.

Disipada en algo la nube de tierra sobre Yungay, los helicópteros pudieron entrar recién el martes 2 de junio a las zonas de desastres más graves del Callejón de Huaylas. Al día siguiente, miércoles 3, unas 72 horas después del sismo, recién se pudo romper el aislamiento del departamento. A partir de ese día, la ayuda humanitaria del Gobierno y de los países vecinos empezó a llegar a los desesperados sobrevivientes.

Asimismo, los reporteros de los medios de prensa hicieron su mejor esfuerzo para informar in situ, siendo uno de los primeros en lograrlo el periodista Javier Ascue, de El Comercio, quien junto con el fotógrafo José Michilot registró los primeros testimonios de la tragedia.

En Yungay, la sepultura de toda la ciudad fue inmediata. Un brutal y silencioso entierro. En otras zonas destruidas de la región, los supervivientes tuvieron que cavar fosas comunes para enterrar a sus muertos que sumaban miles.

En los días siguientes no hubo portada de El Comercio que no diera cuenta de nuevas cifras de muertos y heridos. En esas circunstancias, los reporteros solo podían avanzar a pie, en medio de los escombros, heridos y muertos. En algunos casos, la caminata llegó a ser de dos días hasta alcanzar los centros más tristes de la catástrofe como Yungay, Huaraz y alrededores.

Lee el artículo completo del Archivo de El Comercio en .

Contenido sugerido

Contenido GEC