“Ya la mitad de su ropa no estaba en la casa. Entonces llegaba con diferente ropa, me extrañaba mucho verlo con bigotes, con lentes, y yo le replicaba y le decía: ‘¿Qué pasa? …’”. En mayo del 2002, la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) escuchó el testimonio de Nelly Ninamango, viuda de Hernán Tenicela, el primer periodista a quien Sendero Luminoso asesinó.
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Frente a los comisionados, Nelly lo contó todo: la labor que su esposo desempeñaba, los tiempos difíciles en Huancayo, donde ellos vivían; luego las amenazas, la sensación de peligro constante que soportaron aquel 1987. En la audiencia estaba sentada en una mesa, junto a un vaso con agua y una caja de pañuelos de papel. A su lado estaba su hijo, Hernán Tenicela Ninamango, hijo de la víctima y testigo involuntario del crimen.
Después fue Hernán quien habló, y su testimonio fue sobrecogedor: “La mañana del 2 de setiembre salimos de casa, como siempre. Mi madre se fue al hospital con mi hermana porque se estaba poniendo enferma y necesitaba una vacuna. Tomamos la misma ruta para abordar el carro que le llevaría a él a su trabajo y a mí al colegio, pero, a una cuadra de haber salido de nuestra casa se detuvo y me dijo: ‘Hernán, tienes que cuidar a tu mamá, a tu hermano y a tu hermana’. Yo le dije: ‘No te preocupes, papá, lo voy a hacer’. Aunque no sabía a qué se refería. Llegamos a la calle Tarapacá y…”.
–El terror por dentro–
Tenicela tenía 36 años. Era periodista del diario “Correo” en Huancayo, pero además había sido nombrado director regional del Sistema Nacional de Comunicación Social, y había ocupado el cargo de regidor accesitario en la municipalidad. “Era autoridad, funcionario y periodista, alguien altamente vulnerable”, dice ahora Carlos Tenicela, su hijo, y el pseudónimo con el que su padre firmaba algunas notas.
Carlos cuenta que su padre llegó a tener protección del Estado. Incluso, según relató Nelly Ninamango ante la CVR, el policía que lo custodiaba lo salvó alguna vez de un atentado con dinamita que advirtió a tiempo. Hernán, su esposo, no le contaba de estas amenazas para no asustarla, para no alarmar a su familia.
Pero en determinado momento el gobierno le quitó el resguardo, y el riesgo aumentó. Los terroristas que lo asesinaron lo habían segido al milímetro y, por más precauciones que Hernán tomara, bastó un golpe de mala suerte, una eventualidad, para que lo atacaran cobardemente.
Ante la CVR, Hernán, el hijo presente, recordó con profundo dolor lo que sucedió cuando llegaron a la calle Tarapacá: “Miré hacia el lado izquierdo y me di con dos personas, como cargadores, porque allí estaba el mercado mayorista de Huancayo, y uno de ellos tenía un mantel sobre su mano derecha. Justo cuando yo volteo la cabeza, distingo que ellos levantan el mantel y aparece un arma brillante y no recuerdo más. No recuerdo cómo cayó mi padre, no recuerdo cuántos tiros fueron, no recuerdo cómo blandieron el arma, no recuerdo cómo huyeron. Cuando volví en mí, lo vi boca abajo, ni siquiera pude ver su rostro ensangrentado. Y yo no podía dar un paso. Estaba con mi mochila y la lonchera, tal como él me había dejado...”.
Había recibido tres balazos en la espalda, y luego una terrorista mujer le disparó dos tiros de gracia. Murió minutos después, en el hospital. Su hijo Hernán, a los seis años, sufrió severos traumas que arrastró durante años. Su hermana menor, Gabriela, quedó huérfana de padre apenas a los tres meses de nacida. Carlos, quien tenía tres años, siente hasta hoy que Sendero Luminoso le arrebató a su padre, con el enorme dolor por la injusticia que eso implica. Nelly, viuda y con tres hijos, debió soportar la soledad y la frialdad de la burocracia a la que debió enfrentar en los años siguientes. Así fue como Sendero destrozó a una familia.
Aunque algunos gremios de prensa manejan estadísticas distintas, el Registro Único de Víctimas (RUV) indica que hay 26 casos donde se menciona que la víctima de un crimen durante la época del terrorismo cumplía labores de periodista.
El Consejo de la Prensa Peruana indica que entre 1982 y el 2014 fueron asesinados 59 periodistas en el contexto de la guerra contra el terrorismo. Por su parte, la Asociación Nacional de Periodistas estableció 51 casos, registrados entre 1980 y el año 2000. Esto incluye también a quienes fueron asesinados por agentes policiales y militares (incluye casos conocidos, como los de Jaime Ayala y Hugo Bustíos) o por civiles, como en Ucchuraccay, donde ocho reporteros fueron asesinados por comuneros en un incidente hasta ahora difícil de entender.
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