JOSÉ CARLOS REQUENA
Analista político
Es sintomático que los lugares donde los candidatos presidenciales sufren mayores exabruptos se ubiquen lejos de la extraña comodidad de la caótica Lima. Los procesos electorales, pues, parecen terminar de desnudar, para usar el título del libro de Renato Cisneros, la distancia que nos separa.
Si no, que lo diga la candidata de Fuerza Popular, Keiko Fujimori. Sus partidarios deben haber sido las primeras víctimas de esta campaña. Hace algunas semanas, el aeropuerto arequipeño fue escenario de cómo pisaban el palito y respondían a las ofensas verbales de sus opositores. En días recientes, quizá mirando solo los sondeos que le dan números positivos en las regiones, la candidata del fujimorismo no calculó la creciente animosidad hacia su candidatura en los espacios urbanos de las regiones. Las violentas manifestaciones en la ciudad de Cusco y la atemorizante vigilia en su hotel en Tacna deben haberle hecho recordar que aún hay mucho trabajo por hacer para convencer (o al menos calmar) a sus críticos.
Pedro Pablo Kuczynski, en tanto, ha sufrido quizá su mayor exabrupto cuando llamó “ignorante” a un periodista puneño, quien le preguntaba por el gas. Si bien el mal humor se puede atribuir al soroche, fue un desempeño infeliz.
Y aunque Alfredo Barnechea insiste en presentarse como “un periodista provinciano” (nació en Ica), es en las provincias donde el candidato de Acción Popular ha tenido algunos tropiezos: fue “acusado” de no aceptar un obsequio en Jauja o de hacer comentarios impropios en un mercado en Chiclayo.
Pero quien supera largamente los exabruptos de sus contrincantes en las regiones es Alan García. El candidato de Alianza Popular denostó a sus colaboradores chimbotanos con gestos propios de la Roma imperial (el dedo pulgar hacia abajo). Días después, en Huancayo, reprochaba a un camarógrafo por tomar un mal ángulo de su accidentado recorrido por las calles de la ciudad.
La que sale mejor parada es la cusqueña Verónika Mendoza, quizá más curtida en el trato constante con poblaciones no limeñas. Y aunque a mediados de enero circuló un video que mostraba un raleado mitin en Quillabamba, en la selva de su natal Cusco, la candidata del Frente Amplio nunca perdió la compostura.
Arriesgando una hipótesis, podría colegirse que los líderes políticos repiten aquella distancia que separa al limeño promedio de su compatriota de las regiones. Entre el poco entendimiento de dinámicas culturales propias de las regiones visitadas y la poca empatía con la historia dolorosa reciente, la mayoría de los candidatos presidenciales –con más experiencia en la paradójicamente provinciana y cosmopolita Lima– pasa serios apuros que luego trascienden.
“¡Es otro país!” es una expresión comúnmente escuchada –algunas veces con sorpresa divertida, otras con desprecio contenido–, cuando no se terminan de entender algunos cánones ajenos a los de la capital.
La distancia geográfica termina siendo solo un dato numérico.