Para los lectores menores de 30 años, la masacre de Uchuraccay –el asesinato de ocho periodistas provenientes de Lima, un guía local y un comunero, el 26 de enero de 1983– quizá suene a un hecho legendario. Para quienes pasaron su infancia durante los dolorosos años ochenta, el hecho seguramente es un recuerdo borroso.
La masacre fue parte de un enfrentamiento de una comunidad contra Sendero Luminoso en la zona, con dolorosas víctimas circunstanciales. El conflicto, sin embargo, no habría estado ajeno de influencias externas.
La periodista noruega Aase Hjelde, quien entrevistó para su libro “Periodismo bajo terror” (Universidad de San Marcos, 2008) a numerosos periodistas ayacuchanos, ubica a Uchuraccay como uno de los hitos en la cobertura de los años de terror, al haber influido determinantemente en el modo en que se reportaba la guerra.
Tanto la CVR como publicaciones posteriores reseñan de manera muy extendida la situación de gran intranquilidad social que se experimentaba en la zona. En breve, “Sendero Luminoso tenía una alta presencia en las aldeas, porque en los dos primeros años de la lucha armada, sus acciones habían conducido a que la mayoría de los puestos policiales ubicados en las comunidades fueran abandonados” (Hjelde, p. 54).
Esta presencia, incluyendo el uso de las banderas rojas, fue resistida por los comuneros, que se organizaban en grupos de autodefensa. El ejército había empezado a operar en la zona aproximadamente un mes antes. No debe olvidarse que el 31 de diciembre de 1982 se había declarado por primera vez el estado de emergencia.
Los periodistas viajaban para reportar el asesinato de senderistas en Huaychao, una comunidad cercana a Uchuraccay. Se sabe de hechos similares en el mismo Uchuraccay. Hjelde, quien reseña una situación de nerviosismo cuando los periodistas arribaron a la zona, narra que “los campesinos estaban a la espera de acciones de venganza de SL, y habían destacado a vigilantes en cada promontorio alrededor de la aldea, desde donde se podía ver a cualquier extraño que se acercara” (p. 55).
Frente a esta intranquilidad, los militares habrían orientado a las comunidades sobre cómo defenderse. Según Hjelde, “el mensaje fue claro, se debía matar a cualquier extraño que se dirigiera a pie a las aldeas” (p. 56). Tras la masacre, los ataques y contraataques no cesaron.
Las pocas imágenes que se tienen de las últimas horas de los victimados en Uchuraccay son fotografías de la cámara perteneciente al periodista Willy Retto, ubicada en la zona meses después, durante las investigaciones fiscales. Cuánto se hubiera enriquecido esta tristísima historia de desencuentros de haber sido narrada por los ilustradores de Sarhua.
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