“En esta guerra hay que leer y releer la doctrina del enemigo”, explica un oficial del Ejército destacado en el valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro (Vraem). Y luego cita a Mao: “Cuando el enemigo avanza, retrocedemos; cuando el enemigo acampa, lo hostigamos; cuando no quiere pelear, lo atacamos y, cuando huye, lo perseguimos”. Y eso es exactamente lo que sucede en este momento en esta convulsionada zona de la selva. La lucha contra el narcotráfico y el terrorismo, en estas últimas semanas, ha cambiado de escenarios.
Rutas paralelas
Desde marzo de este año, la presión de las Fuerzas Armadas contra las pistas de aterrizaje clandestinas (PAC, en jerga militar) se intensificó, y hasta el momento han sido inhabilitadas más de 120. Fuentes militares del Comando Especial Vraem aseguran que, en los últimos días, no se ha reportado el ingreso ilegal de avionetas desde Bolivia.
Pero como la droga tiene que seguir circulando desde el Vraem (donde se produce un promedio de 300 toneladas al año de pasta básica y clorhidrato de cocaína) hacia sus destinos inmediatos, se ha reanudado el transporte terrestre a través de los ‘cargachos’ o ‘mochileros’. Estos conforman grupos de hasta 20 hombres que recorren largas distancias cargando, cada uno, de 10 a 15 kilos de droga en mochilas.
Y los ‘cargachos’ necesitan rutas seguras. La única manera que tienen los clanes de la droga para asegurar que la carga llegue completa y sin contratiempos es contratando los servicios de seguridad de columnas de Sendero Luminoso.
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