Carmen McEvoy ha hecho una pausa a sus actividades académicas para regresar al país y presentar la reedición de “Homo Politicus”, un libro que narra, a través de la figura de Manuel Pardo, aquellos años intensos en que el país escogería a su primer presidente civil de la historia. Buscamos a la historiadora para que, sin dejar de mirar el pasado, nos dé su visión sobre esta espiral de crisis sucesivas que estamos viviendo.
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—En estos días donde parece que el país ha caído en un bucle, ¿usted se ubica entre las que ve que estamos en un pozo sin fondo o todavía hay razones para creer que el Perú es una posibilidad como nos decía Jorge Basadre?
Más que apuntar solamente a la vieja dicotomía [problema/posibilidad] planteada por el maestro Basadre, sugeriría pensar en el otro aspecto del paradigma. Acá me refiero a la noción del “azar en la historia” que Basadre recoge, también, de fuentes europeas y reformula para el Perú. Este concepto, tal vez menos optimista, ayuda a comprender que la nuestra es una república regida por la contingencia más absoluta. La razón principal de esta suerte de multiverso temprano es que el nacimiento del Perú como república ocurre en medio de una guerra intermitente, que la impregna con una alta dosis de incertidumbre y volatilidad. Ahora bien, si existe algo positivo de la “crisis perpetua” es que tal vez en esta ocasión, de cambio de paradigma mundial y en nuestro caso el tocar fondo, puede servirnos de estímulo para reinventarla.
—Fuimos uno de los países donde más se ensañó la pandemia y hoy atravesamos una de nuestras peores crisis económicas. Dos situaciones que ayudan a entender el hartazgo que puede sentir la ciudadanía. ¿Es esta la explicación de la pasividad en las calles? ¿O es pura resignación, como si solo quedara esperar que cayera el meteorito?
Antes de contestar la pregunta, cabe recordar que la pandemia llega al Perú en medio de otra peste, cuyo síntoma fue aquel escándalo de mega corrupción ligado al caso Lava Jato, en el cual estuvieron involucrados una serie de presidentes, ministros y autoridades de altísimo nivel. El asalto al Estado, para satisfacer intereses personales, nos ha acompañado a lo largo de nuestra vida republicana y este gobierno, que se presentó en teoría como liberador, sigue transitando por la misma senda del patrimonialismo depredador y rapaz. Entonces, el antecedente del hartazgo que señalas proviene de un quiebre institucional, moral e incluso emocional muy profundo que tiene que ver, además, con la manera cómo la pandemia fue enfrentada por el Estado Peruano. Por otro lado, no creo que los peruanos estén esperando que caiga un meteorito o sean indolentes por naturaleza sino que, por el contrario, decidieron desenchufarse para cuidarse solos. Y a estas alturas no les interesa prestar atención y menos ser parte de un espectáculo grotesco.
— Usted es muy crítica con ese discurso del gobierno en los que prácticamente se refieren a que en doscientos años de República no se ha hecho nada bueno, ¿qué es lo más grave con el intento de instaurar ese relato en la colectividad?
Es un relato del olvido, de la lobotomía planificada y del páramo. Una trilogía muy conveniente que lo que intenta es crear la falsa percepción que antes del “perulibrismo” no se hizo absolutamente nada en el Perú. Lo que resulta muy conveniente para justificar la ineptitud, ahora ya inocultable, de esta administración manchada por la corrupción, fortaleciendo, de pasada, la idea de que constituye un hito fundacional. Ni más ni menos que la vieja estrategia de los caudillos “salvadores” cubriendo su patrimonialismo prebendario con frases rimbombantes y vacías. A lo largo de nuestra historia existen una serie de hitos como ser la instalación de la primera Asamblea Constituyente, que este año cumple su Bicentenario, o la llegada de la Sociedad Independencia Electoral al poder, que en septiembre celebra su sesquicentenario. Dando cuenta que en situaciones de crisis los peruanos, como es el caso actual de los líderes amazónicos asesinados cotidianamente por los narcotraficantes o los taladores de árboles, enfrentan al enemigo del bien común en absoluta soledad. Pretender inaugurar la historia no ayuda en el aprendizaje de las experiencias previas y es por ello que andamos de tumbo a tumbo, como amnésicos que creen inventar la rueda todos los días.
—En sus artículos, usted nos recuerda momentos claves de nuestra joven república. Hay episodios grises, oscuros y muy violentos. Pero también apela a circunstancias esperanzadoras en las que no falta la participación de líderes desinteresados que nos ayudaron a salir del hoyo. ¿Dónde están esos líderes ahora? ¿En qué fallamos?
Existe un desencanto generalizado, especialmente entre los jóvenes, en torno a la política y ello no es privilegio del Perú. A nivel mundial se la percibe como un mecanismo para llegar al poder con la finalidad de servirse de él, lo que no deja de ser cierto. En ese contexto, son muy pocos los que se arriesgan a verse atacados por asumir un compromiso político cuyo objetivo sea el bien común. El cinismo y la desconfianza se han apoderado de una sociedad constantemente abusada y traicionada, como la nuestra, y son pocos los que creen en las buenas intenciones de los políticos de turno. La desilusión con el presidente Castillo, que prometía un cambio en la gestión, es una prueba contundente. Sin partidos sólidos, y mucho menos proyectos en el largo plazo, lo que queda es el activismo en las redes que, a mí entender, es más ficción que realidad. Porque lo que hoy está en peligro, debido a esta anomia generalizada además del avance de opciones violentistas, es la democracia.
—Por un lado está el Ejecutivo; en la otra vereda el Congreso con una oposición recalcitrante. Ambos están en una lucha por la sobrevivencia. ¿Qué puede salir de esto? ¿Un viaje seguro al autoritarismo?
La disputa entre el Legislativo y el Ejecutivo es bicentenaria y tiene que ver con la necesidad del primer Congreso Constituyente de controlar el poder del Ejecutivo. Nuestro sistema es un híbrido y ello en situaciones difíciles ata de manos al Ejecutivo que intentará liberarse de sus limitaciones, deshaciéndose incluso del Congreso. Es obvio que el quiebre del diálogo, la disrupción de un precario ‘check and balances’ te lleva directo a salidas autoritarias, que esperemos no se ensayen en el Perú.
—Pedro Castillo llegó al poder, entre otras cosas, ayudado con el simbolismo del profesor rural que prometía un cambio. Hoy sabemos que no rinde cuentas, no enmienda los errores de su gobierno y a sus espaldas carga múltiples denuncias de corrupción. ¿Es el mandatario uno de los grandes engaños que hemos tenido?
A los pocos días de iniciado su mandato escribí un artículo en el cual recordaba al liberal arequipeño Mariano José de Arce, quien participó junto con Mariano Melgar en la revolución del Cusco (1814). Ante la irrupción de los militares en el recinto congresal, Arce señaló que la república era un simulacro. Pienso que para muchos que votaron por el maestro rural que, en teoría, venía a reivindicar siglos de exclusión, Castillo representa una oportunidad perdida. El presidente, usando las palabras de Arce, vive un simulacro cuyo objetivo es sobrevivir a como dé lugar. Y esto es trágico porque la gran oportunidad que se le otorgó de presidir el Estado transcurre en un momento decisivo de la historia nacional y mundial.
—La última encuesta de Ipsos- Perú dice que el principal problema que afecta a los peruanos es el costo de vida, le sigue la delincuencia. Sin embargo, desde el oficialismo solo ofrece una receta: la asamblea constituyente. ¿Es esto más una cortina de humo, una excusa desesperada, frente a la ineptitud que han demostrado?
Cristóbal Aljovín escribió un libro precursor: “Caudillos y Constituciones”. Sin dejar de lado la especificidad de la administración actual, uno de los argumentos de Aljovín es que los primeros intentan validarse constitucionalmente para inaugurar, y eso lo he estudiado yo también, el tiempo nuevo que define su discurso fundante. Ello ocurre mientras que la realidad, y aquí pienso en el núcleo de la pregunta, es desatendida. En la actualidad el mayor reto es la inseguridad alimentaria que como consecuencia de la guerra en Ucrania pero también de la ruptura de la cadena mundial de abastecimientos, amenaza la sobrevivencia de los más vulnerables. Lo paradójico es que junto al pedido de una nueva Constitución, que en teoría transformaría en carroza la calabaza neo liberal, el ministro de agricultura muestra la ineptitud más absoluta. No solo eso, sus palabras evidencian su vena autoritaria y desprecio por la crítica y el trabajo en equipo, que será finalmente, junto a un proyecto concreto, lo que nos salve del hambre que se cierne sobre las cabezas de millones alrededor del mundo.
—Le he escuchado decir que estamos en una época marcada por la antintelectualidad. ¿Un presidente que obtuvo su maestría con una tesis plagiada es un perfecto resumen de ello?
Resulta desafortunado, por decir lo menos, que una república que nace bajo la inspiración del chachapoyano Toribio Rodríguez de Mendoza, rector del Convictorio de San Carlos pero antes doctrinero y protector de indios en la sierra peruana, esté en manos de personajes que no tienen la mínima idea del rol que les toca jugar en esta coyuntura tan dramática. Es innegable que el plagio al que se refiere, y que algunos pasan por agua tibia, es producto de un problema estructural pero, también, y esto hay que subrayarlo, tiene que ver con la falta de ética y el desprecio por el trabajo intelectual, cada vez más devaluado por la improvisación y el compadrazgo. Es por ello que en esta reinvención de la república, que los tiempos demandan, es necesario asignar recursos a la escuela pública, para que sea un verdadero semillero de valores, de conocimiento y de amor por el Perú.
—¿Qué recambio generacional se puede esperar si la educación sigue siendo vista como mercancía? Hace poco nomás vimos lo que hicieron los congresistas con la reforma universitaria…
La mercantilización de la educación y la presencia de personajes de una mediocridad y ambición desmedida, como es el caso de César Acuña y José Luna, definiendo su rumbo es parte del gravísimo problema que tenemos enfrente. Esto, sin embargo, no debe desviar la mirada de los esfuerzos de los buenos funcionarios de Minedu y de los miles de maestros que cumplen, en silencio, su misión en los lugares más recónditos del Perú. A ellos deben dedicarse nuestros recursos y nuestro apoyo. Porque la construcción de una ciudadanía sabia y comprometida con el Perú depende de la dignificación del magisterio nacional y de la provisión de material, con contenidos, que promuevan el conocimiento científico, tanto nacional como universal. Estoy convencida que el destino del Perú, que ahora parece envuelto en las tinieblas, es grande, no solo por su azarosa historia sino por la energía y creatividad infinita que hemos mostrado para remontar semejante adversidad.
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