Max Hernández: "¡Tú robaste!, ¡y tú más!" [ENTREVISTA]
Max Hernández: "¡Tú robaste!, ¡y tú más!" [ENTREVISTA]
Fernando Vivas

En su atiborrada biblioteca, un ejemplar zafado de la hilera, arrecostado frescamente sobre lomos extraños, invita a ser hojeado. Es “The School of Solitude”, la antología poética de Luis Hernández editada por Anthony Geist. Me entretengo, leyendo con Max Hernández, los hallazgos de la traducción al inglés de la obra de su hermano, poeta de culto camino a ser poeta mayor. Pero tenemos que hablar del y, aprovechando al psicoanalista, examinar con él los trances que nos esperan en el 2017. Hernández quiere aclarar que fue el anfitrión en la última sesión del AN por ausencia de su actual secretario técnico, Javier Iguiñiz, quien se encontraba en un viaje ineludible.

—¿Cómo hacer para que un gobierno no tome el AN como un refugio para hacer tiempo mientras se decide qué hacer?
Una de nuestras preocupaciones ha sido mantener el complicado equilibrio [entre el presidente, la PCM y el AN], que se resume en esta frase: Si bien el gobierno es parte del acuerdo, el acuerdo no es parte del gobierno.

—Así invitan a otros partidos a que no se sientan en terreno oficialista.
Sí. La realidad de la política es que el gobierno, que es uno más en el acuerdo, tiene la fuerza que tiene. Apenas fue elegido el presidente, nos reunimos con él y con Fernando Zavala, y les planteamos la disposición a buscar fórmulas de consenso.

—Si bien el AN surge en un momento de coalición antifujimorista, luego se los incluye, ¿no?
En el 2011 se incluye el partido de Keiko Fujimori y el Partido Nacionalista el mismo día. Los dos entran al sistema, por decirlo de esa manera. Martha Chávez asistía a las reuniones. Bueno, se había ofrecido el AN y no nos tomaron en cuenta hasta que llamó Zavala y dice: “Ya llegó el momento”. No ha estado presente Kuczynski, pero la reunión se hizo en un comedor de Palacio con lo que estuvo presente de manera simbólica.

—Y Keiko estuvo simbolizada en dos congresistas [Rolando Reátegui y Karina Beteta].
Fueron los dos y conversé con Luz Salgado que no pudo asistir, estaba delicada de salud. En el AN se ha logrado consenso hasta en pactos pro inversión y empleo entre Confiep y CGTP. Hay una idea que impera en el  AN: si creemos que hay políticas de Estado estas requieren continuidad que supera los quinquenios.

—Aprovecharé al psicoanalista para hablar de nuestras angustias. ¿El escándalo Odebrecht destruye las esperanzas del nuevo gobierno? ¿Nos vamos a deprimir en el 2017?
La revelación está provocando un sismo, no sé si ya alcanzó toda su magnitud, pero sus réplicas se van a ver a lo largo del año.

—¿No captamos la magnitud porque estamos en shock?
Por supuesto. Además estas fechas tienen un sentido relajado, el shock del calor también nos apaga. Un gigante como Odebrecht que parecía llenar de orgullo a América Latina, capaz de ejecutar proyectos hasta en EE.UU., resulta que se basaba en sobornos. Acabo de estar en la Comisión Presidencial de Integridad, y en todo momento lo de Odebrecht ha estado presente, ah. De allí que nos hemos preocupado mucho de las contrataciones del Estado. Hay ministros que nos han dicho que los informes de la oficina de control interno fueron repartidos a los acusados. Facilitaciones a la corrupción que corresponden a una lasitud. No sé si tengamos una propensión a la transgresión pero sí es cierto que toleramos cosas que otras sociedades toleran menos.

—¿Cómo nos vamos a sentir cuando salgamos del shock?
Veo dos peligros. Allan Wagner lo dijo estupendamente en la comisión presidencial: ¿Cómo trazamos un itinerario que pase de la tolerancia a la indignación y de la indignación a atacar el problema? Creo que no va a producirse una depresión y resignación total. No creo que así sea, por la magnitud.

—Muchos se van a acusar y escudar en la confusión.
En España ocurre que hay una gran indignación que se va traduciendo en la antipolítica. Los políticos son los culpables y esa indignación converge con grandes intereses que ven en la política limitaciones a la pura existencia de las fuerzas del mercado. Por eso la gran respuesta tiene que ser la institucionalización. ¿Cómo hacemos ver a la gente que la corrupción roba sus bolsillos?

—¿Cómo hacemos ver que hay políticos corruptos y hay otros que tienen que arreglarlo y no la antipolítica que es el reino del caos?
Entonces, ¿cómo elevar la confianza del país en sus instituciones? Va a ser un 2017 de acusaciones mutuas. Lo que los españoles llaman “¡tú robaste!, ¡y tú más!”. Es maravilloso acusar al otro de corrupto y así te liberas. El presidente Temer ha surgido de la debacle de Dilma Rousseff y no es un santo varón. Sin embargo, lideró ese momento institucional en Brasil.

—¿Crees que ahí se vive una purificación de la sociedad o una manipulación subalterna de las revelaciones de corrupción?
Creo que llega un momento en que la corrupción hace verdaderamente crisis. Eso lo entendemos los médicos. Preferiría ver en estas denuncias de la corrupción un síntoma o sea un problema. Uno, se requiere elucidar sus causas; y dos, un tipo de medicina que baje la intensidad, para poder trabajar en esas causas profundas.

—¿Cuál es esa medicina?
No lo sabemos aún. Brasil era uno de los Brics, Lula era un héroe. ¿Qué hay de estos crecimientos desmesurados vinculados al poder de las finanzas? Esta globalización de raigambre financiera va a producir este tipo de cosas. Avanzamos a cosas muy positivas, ¿quién va a estar en contra de que el mundo sea uno? Pero no puede ser uno solo en el sentido de la circulación del capital, tenemos que preocuparnos de muchas más cosas.

—¿Qué sientes ante el nivel de violencia en las redes?
Eric Wolf dijo que con la erupción de la revolución francesa, no solo accedieron a la superficie las clases que habían sido excluidas, sino muchos instintos que eran considerados bajos. Los grandes momentos de cambio, y estamos viviendo uno, sacan a flote necesidades profundas de reconocimiento. Se da la paradoja increíble de que me escudo en el anonimato pero en el momento que mando el troll o lo que sea, me siento realizado. Estamos en el reino del individuo. Soy pro individuo y creo que el individualismo es fundamental, pero también creo que hay un desborde. Las redes son una oferta poderosa, pero están tomando estos caminos zurdos de ventilar bajas pasiones, de practicar, como decía Luis Alberto Sánchez, “el viril deporte peruano de hacer leña del árbol caído”.

—Sin arriesgar tu papel acuerdista, ¿qué virtudes y riesgos entraña la personalidad y edad del presidente Kuczynski?
El presidente Kuczynski, como el ex presidente Fujimori, tienen exactamente mi edad, así que me estás forzando a una defensa cerrada de la senectud [ríe] o a una suerte de confesión de las usuras del tiempo. ¡El tiempo es usurero, te cobra! Creo que PPK está en buen estado. Si alguien habla de una patología mental por ciertas declaraciones, es un diagnóstico muy a la ligera. Es una paradoja que en un país demográficamente joven se haya elegido a un hombre mayor. Puede ser que el inconsciente colectivo pensara que los viejos tienen una cierta sabiduría que ahora se necesita.

—Se dice que la sabiduría de los viejos se acompaña de terquedad.
Si te oye mi mujer, va a decir: “¡Ya ves!”. Una decisión sabia de PPK ha sido nombrar a un joven como Fernando Zavala. Ahora, creo que tienen una carencia de operadores con reflejos políticos. El gobierno necesita más dedos de organista.

—¿Qué pensaste del balconazo de Keiko y lo que dijo de la depresión?
Pudo decir: “Me ha afectado perder, cómo no, pero soy una luchadora”. Los luchadores también se deprimen. Es otra de las cosas que me producen preocupación. Dos cosas: la judicialización de la política y la psiquiatrización de la conducta de los políticos. ¿Qué piensa de tal? “Es un narcisista”. Sin una dosis de narcisismo no se entra en la política. Más importante que lo del balconazo es hablar de lo que Max Weber llama una ética de la responsabilidad, distinta a una ética de la convicción. O sea, no imponer lo que se cree sino lo que podría generar consensos. Eso es lo que debiera primar en Keiko Fujimori.

—Ante la corrupción, ¿ética de la convicción?
Por supuesto. No puede ser que la corrupción sea parte cotidiana de nuestras vidas y la aceptemos con una sonrisa.

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