Operación Chavín de Huántar: el 'milagro' del beeper [CRÓNICA]
Operación Chavín de Huántar: el 'milagro' del beeper [CRÓNICA]
Ana Núñez

La operación Chavín de Huántar no habría tenido el mismo éxito si no hubiera estado acompañada por una labor de inteligencia en la que participaron algunos de los rehenes con formación militar. Uno de ellos fue el coronel (r) Roberto Fernández Frantzen, entonces edecán del presidente del Congreso, Víctor Joy Way, quien logró ocultar y mantener consigo un beeper durante los 126 días de cautiverio.

A Fernández, como a los otros 71 rehenes, lo revisaron dos veces. La primera, la misma noche de la toma. El grupo de terroristas al mando de Néstor Cerpa Cartolini buscaba, básicamente, armas. La segunda requisa se realizó a mediados de enero, luego de una de las misas que ofreció en el segundo piso el padre Juan Julio Witch.

“El beeper lo tenía en el bolsillo, siempre lo llevé ahí. Entonces, cuando toca que me revisen, metí la mano de forma disimulada y el beeper lo pegué lo más que pude a los testículos. Cuando me llega el turno, me tocan todas las partes del cuerpo, incluídos testículos, nalgas, todo. Lo único que no me tocan es el beeper. Para mí fue un milagro”, recuerda el coronel.

El marino Alberto Heredia, que había conseguido ganarse la confianza de algunos de los terroristas –ofreciéndoles bebidas y parte de sus alimentos–, logró ubicar y obtener las baterías de los otros beepers decomisados y se las hizo llegar a Fernández para que mantuviera comunicación con el exterior.

Cuenta Fernández que hasta 30 mensajes diarios llegaron a entrar al viejo aparato, que durante ese tiempo mantuvo en modo vibración. Él calcula que fueron unos 3 mil los mensajes que recibió de quienes organizaban el operativo.

En el lomo de una Biblia y en la funda de una guitarra que recibió el almirante Luis Giampietri se ingresaron micrófonos, con lo cual se pudo completar así el círculo para una comunicación fluida entre los rehenes y quienes trabajaban en el operativo de rescate.

Aproximadamente a las 10:00 horas del lunes 21 de abril, Fernández recibe un mensaje que decía: “Si las condiciones son favorables el día de mañana, comunicar, particularmente a la hora del fulbito”. Cerpa y sus secuaces tenían como costumbre jugar una pichanga en el salón principal de la residencia por las tardes, mientras los rehenes descansaban en la planta superior.

Luego de ese mensaje vino una tanda más de textos, en los que se especificaba cuáles eran esas condiciones que se debían cumplir para que se pudiese realizar la operación de rescate. Estas eran, básicamente, que Cerpa, a quien apodaban con el seudónimo ‘Chancho’ en los mensajes, esté jugando fulbito y que ninguno de los 72 secuestrados se encuentre en el primer piso. Además, los rehenes que estaban enterados del tema, todos ellos miembros o ex miembros de las Fuerzas Armadas, debían guardar reserva sobre la información para que no se rompa con la rutina diaria y no se genere ninguna sospecha.

Las indicaciones recibidas por el beeper eran escritas en un papel por Fernández, que a modo de chasqui se los entregaba al coronel Orlando Denegri, quien finalmente se los hacía llegar a Giampietri. El último mensaje que recibió el beeper, el 22 de abril de 1997, pedía que Giampietri no moviera mucho la Biblia, pues hacía interferencia en la comunicación. Pasadas las tres de la tarde, el marino lanzaría la frase que indicaba que las condiciones estaban dadas para iniciar el rescate: “Mary está enferma”. A las 3 y 23 comenzaron las detonaciones. Lo que vinieron fueron 17 minutos interminables y un solo grito: “Victoria”.

*Esta historia fue publicada en la revista "Somos", en su edición del sábado 15 de abril.

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