(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)

Los hechos de estas últimas semanas confirman que la mejor salida al entrampamiento político es el . Con su pedido el Ejecutivo se quedó sin agenda de mediano plazo y debilitado para avanzar políticas. Por el lado de un Congreso picón, la amenaza de vacancia aparecerá por cualquier motivo, por absurdo que sea. Evalúe usted lo que sería prolongar esta situación.

Mi preocupación, sin embargo, va más allá de la coyuntura. No solo se trata de adelantar elecciones, sino reducir dos peligrosos legados que nos deja el período de gobierno. Lo sé, es ingenuo pedirle madurez a estas bancadas. Pero hagamos el intento, pues culpa tienen en este desmadre institucional.

El primer legado es la interpretación abusiva de la vacancia presidencial como un tema de votos, no una figura excepcional. Si se consiguen los votos, pues me tumbo al presidente. Para varios congresistas el mensaje de 28 de julio era causal de vacancia. El audio de Tía María, también. Absurdo.

Este legado es nefasto para gobiernos en minoría, algo probable dado nuestro nivel de fragmentación electoral. En elecciones en las que se pasa a segunda vuelta con 20% o menos de los votos, es probable gobernar asediado por opositores interesados en adelantar elecciones. Pero más allá de si existen los números para la vacancia, un sistema político pierde mucho si cada crisis lleva a discutir la caída del presidente.

El segundo legado es el uso de la cuestión de confianza. Aquí la interpretación del Ejecutivo ha contado con el apoyo de la población por la conducta abusiva de la Bankada. Pero pensemos más allá del caso actual e imaginen a su villano populista favorito, sea Hugo Chávez o Jair Bolsonaro, gobernando el Perú.

El Ejecutivo ha usado, y el Congreso ha aceptado, que se utilice la confianza para solicitar que se aprueben políticas concretas, incluso reformas constitucionales. Si se tiene un presidente buscando acrecentar su poder, esta herramienta le resulta perfecta. Ya vimos, también, que si algo sigue entusiasmando a la población es la posibilidad de cerrar el Congreso.

Hasta el 2016 la confianza se vinculaba a la censura parlamentaria; era una forma de responder al abuso de esa figura, como se vio en el primer belaundismo. La confianza, en general, y más aún su uso actual, era territorio ignoto. Ahora tenemos una confianza ampliada.

Algunos de estos temas no serían tan problemáticos si hubiese acuerdo amplio entre los constitucionalistas sobre el contenido de estas figuras. Pero incluso entre los constitucionalistas serios hay diferencias de interpretación considerables. Tampoco contamos con recursos rápidos para que el Tribunal Constitucional resuelva las disputas. Parece necesario, por ello, mayor precisión en las reglas.

Un propósito loable para un Congreso de salida sería desarrollar mejor en el reglamento del Congreso la relación Ejecutivo-Legislativo. Hay ya un proyecto de la Comisión de Reforma Política sobre el tema. Los congresistas deberían evaluar qué reglas serían razonables si el día de mañana les toca ser parte de una bancada minoritaria de oposición o de un Ejecutivo en minoría. La incertidumbre sobre su futuro debería ayudarlos a pensar de esa manera.