“Crisis hemos tenido, y peores”, dice Felipe Ortiz de Zevallos, realista pero sin llegar al ciego optimismo. “Lo que había antes, y falta ahora, es una mejor sensación de futuro, una luz al final del túnel. Es el vacío existencial lo que nos atormenta”, añade, con la lucidez que caracteriza su análisis.
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—A comienzos de enero, usted dijo en una entrevista para El Comercio que el presidente Castillo “es consciente de sus limitaciones; aún no lo conocemos bien”. A fines de ese mismo mes, se transmitió la famosa entrevista con Fernando del Rincón en CNN, donde se desnudaron varios rasgos de su personalidad. ¿Quién es, por lo que usted ha observado hasta estas alturas, aquel hombre que nos gobierna?
Sí, creo que ya conocemos suficiente de él, nada muy favorable. Su imagen de profesor bienintencionado resultó desdibujada por las denuncias de plagio de su tesis. Y en el ejercicio del cargo, es obvio que, siendo bastante cazurro, carece de visión de conjunto y de políticas orientadas al bien común. En su quehacer ha recurrido hábilmente al populismo, al aprovechamiento inmediato, más recientemente a la victimización. Esporádicamente choca con los otros poderes del Estado, más por instinto de supervivencia que por otra razón. Apenas le preocupan los conflictos sociales que se vienen acumulando a lo largo y ancho del país, afectando a su economía, sin solución previsible. En 13 meses de gobierno, demasiados ministros mal escogidos han rotado en un juego de sillas bastante confuso e ineficaz, debilitando en muchos casos la frágil institucionalidad del país. Y ya suman seis las investigaciones abiertas por la fiscalía, algo inédito.
—Otro hecho sucedió por aquella misma época: el presidente abandonó el sombrero, lo cual no es puramente anecdótico. Usted hizo una analogía con la reina de Inglaterra (lo usa para que la ubiquen rápido) y predijo lo que luego sucedió: Castillo empezó a perder popularidad y se lo quitó para pasar desapercibido. ¿Percibe un deseo suyo de ser invisible, de que nadie lo mire?
En efecto, es alguien a quien se le percibía cómodo en ambientes subrepticios, como la casa del pasaje Sarratea, en Breña. No tanto en los salones más oficiales y públicos de Palacio de Gobierno, salvo cuando, como recientemente, se ha dirigido a grupos exclusivos de correligionarios interesados. Suelen abundar, en la vocación política y en la función pública, personas histriónicas y narcisos. El presidente Castillo es reservado en tal sentido, recela de personas y grupos que no conozca. Prefiere que sean otros los que llamen la atención.
—¿Cómo se explica que el presidente o su gobierno cometen errores visibles a diario, pero su popularidad aumenta? Uno piensa que la victimización le es rentable, ¿pero hay algo más que no estamos viendo?
Parecería que el presidente cuenta con un núcleo duro de 15% a 20% de aprobación en la opinión pública, y otro 5% o 10% que resulta sensible a su reclamo que “no lo dejan gobernar”. Probablemente, en ciudades medianas y pequeñas de la sierra, estaciones de radio populares retransmiten con frecuencia este mensaje del Gobierno. Somos un país particularmente complejo: Lima versus regiones, urbes versus campo, sectores A/B versus D/E. Y, de otro lado, la oposición al gobierno de Pedro Castillo carece de un mínimo de unidad, de mensajes alternativos claros y de liderazgos reconocidos. Se cometen también muchos errores políticos. Ya son 13 las distintas bancadas parlamentarias y más de 30 congresistas han cambiado de camiseta en apenas un año. Esta carencia de opciones que motiven algo de entusiasmo le facilita a Castillo un colchón ambiguo de aparente respaldo. Veamos que pasa en pocas semanas con las nuevas autoridades regionales y locales.
—¿Cuánta crisis puede soportar un país? Alberto Vergara dice que “nuestro rasgo más estable es la inestabilidad”. Sin embargo, más allá de renegar en las redes sociales, hay como un adormecimiento. ¿Es que estamos sencillamente resignados?
“¡Basta de realidades, queremos promesas!”, fue un lema callejero en el París de 1968, una revuelta que terminó siendo bastante influyente pero poco exitosa. La frase la pintaban en las calles de Buenos Aires a inicios de este siglo, aunque a los pocos años, donde decía “realidades” escribían encima “promesas” y al revés. El Perú es un país con un estado de ánimo algo bipolar, pero también resiliente. Cuando las cosas van bien, nos imaginamos estar mejor de lo que en realidad estamos. Cuando van mal, creemos que se viene el fin del mundo, aunque algunas cosas resisten bien. Estuve hace algunos días de jurado en los premios de buenas prácticas de gestión pública, y es encomiable que en un contexto tan hostil, ante esta rebelión de las masas, no pocos funcionarios siguen cumpliendo con esfuerzo y eficacia sus funciones.
—¿No será quizá que las mismas redes sociales que nos sirven para enterarnos y, a la postre, indignarnos, nos funcionan como placebo? Uno escribe un tuit, postea algo en Facebook o manda un audio a los primos y las tías en un chat familiar, y siente que ya cumplió su deber cívico.
Sin la menor duda. Hoy, casi 90% de los peruanos posee un teléfono inteligente, aparato que recién fue inventado a mediados de los 90. Los efectos positivos y negativos de esta transformación tecnológica aún no los hemos evaluado adecuadamente. En el Perú de 1974, con la estatización de la prensa, o en el 1987, con el proyecto de la estatización de la banca, los ciudadanos en contra no tenían otra que salir a la calle en conjunto a protestar. Hoy, les basta escribir un tuit lleno de adjetivos e insultos y asumen que así cumplen con su deber cívico. El fundador de Twitter creía que su invento ayudaría a la democracia. Probablemente, hasta ahora, la ha perjudicado. La izquierda asume que el mayor individualismo de los jóvenes proviene de las políticas liberales. No es tan cierto, más se debe al teléfono inteligente. Los partidos políticos tradicionales no entienden los efectos ni el potencial de este aparato.
—Un peruano promedio se despierta, lee en las noticias que hay algunos ministros nuevos y desconocidos, luego va a hacer un trámite para el pasaporte y lo citan para meses más tarde, y al final del día lo asaltan o lo embiste un colectivo informal. ¿Qué le corresponde hacer a uno frente al retroceso? ¿O es que –insisto– ya nos acostumbramos?
Más allá de maestros, médicos y policías, la administración del Estado Peruano requiere de unos 500 funcionarios profesionales adecuadamente calificados para funcionar con eficacia. Hoy contamos con un presidente poco interesado en gobernar, con ministros que duran semanas y que rotan sin mayor interés por despachar los asuntos que no se refieran a sus intereses específicos. El BCR tal vez sigue funcionando al 100%, el MEF posiblemente al 75%, pero el conjunto del aparato estatal tal vez ya solo funciona a 30% de eficacia. Eso genera una enorme frustración en el sector formal, en las empresas, en los profesionales y emprendedores. Hay peruanos valiosos que están abandonando el país. La informalidad sigue allí, con su baja productividad, con poca capacidad para crecer y generar empleo. Las mafias ilegales y delincuenciales probablemente sí estén boyantes y contentas.
—Alguna vez explicó la diferencia entre el optimismo (que nace de los cálculos) y la esperanza (que nace de la imaginación y el deseo). ¿Qué debemos esperar de los próximos meses, incluyendo una campaña municipal y la guerra fría del que se vayan todos?
EE.UU. cuenta con 320 millones de habitantes y 1.600 alcaldes. El Perú tiene la décima parte de población, pero lo supera en número de alcaldes. En Ecuador, hay 200 y pico alcaldes, y en Bolivia, poco más de 300. Aquí son más de 2.000. En Francia, el general De Gaulle afirmaba lo difícil que era gobernar un país que tenía más de 300 tipos de quesos. Resulta imposible seguir bien una campaña municipal en la cual los distritos de Lima son 43, las regiones 25, las provincias 196, y los distritos casi 1.900. Tendremos que pasarnos la primera semana de octubre tratando de entender cuál es el significado político de las elecciones. De octubre a diciembre, el Gobierno va a querer meter mano indebida en el cuadro de los ascensos en el Ejército. Y los analistas políticos se encuentran divididos entre quienes creen que el presidente podrá sostenerse hasta el 2026, los que consideran que sería reemplazado por su vicepresidenta, y los que apuestan por elecciones adelantadas. Será interesante seguir en estos meses la evolución de la Coalición Ciudadana, conformada por casi 200 organizaciones, que aspira a establecer una agenda común, reformas políticas mínimas y elecciones adelantadas.
—Se atribuye a Manuel Prado una frase que dibuja bien al país: “En el Perú hay dos tipos de problemas: los que se solucionan solos y los que no se solucionan nunca”. ¿Cuál es el más hondo de nuestros problemas irresueltos? ¿La educación, la corrupción, la informalidad, la desigualdad, o esos son apenas los síntomas?
El autor original de la frase fue el presidente chileno Ramón Barros Luco, a quien se le debe también el nombre del sánguche con ese nombre, porque siempre lo ordenaba en una confitería del centro de Santiago. En realidad, el sentido de la misma no era el de un cinismo frívolo, como el que sus críticos le atribuían a Manuel Prado, sino una respuesta realista a aquellos que postulan que todos los problemas se pueden resolver por decreto. ¿Cuál sería el más hondo de nuestros problemas? Yo me quedo con los dos que mencionaba Jorge Basadre: el abismo social y el Estado empírico. América Latina es una de las regiones más desiguales en el mundo. Y muchos líderes de izquierda afirman que el Perú es el país más desigual entre todos. No es verdad. Por el índice Gini, que mide la desigualdad del ingreso, dicho país es Colombia. Y hay 10 países de la región con una distribución más desigual que el Perú: Chile, México, Ecuador, Brasil y varios otros, incluso Costa Rica. Sí es cierto que, por nuestra complicada geografía y cultura milenaria, el abismo social entre nosotros puede ser muy significativo. Y ya nos hemos referido al Estado que, para ponerse en forma, requiere de 500 profesionales capaces bien alineados. Esta tarea también se encuentra pendiente.
—En Latinoamérica hay un claro viraje hacia la izquierda: Chile, Colombia, el Perú, quizá Brasil. El mapa regional está sin duda polarizado. La pregunta es si este ciclo está comenzando o está terminando.
Los presidentes Boric y Petro pretenden elevar los impuestos para gastar más y mejor o distinto, pero no sabemos si contarán con la aprobación congresal para esas reformas. Sus planes de gobierno no solo requieren que los ricos paguen más impuestos, sino también que las clases medias aumenten sus tributos. Espacio sí hay para algunas reformas sociales y políticas. Pero veamos cómo va el resultado del plebiscito. Una buena constitución debiera sintetizar aquello en lo que todos, o una enorme mayoría, puede ponerse de acuerdo. No constituir un enunciado gaseoso de los deseos máximos de los distintos grupos de la sociedad. Y es mejor corregirla de a pocos y no radicalmente. Si Lula da Silva ganara en Brasil, su vicepresidente Geraldo Alckmin puede resultar un balance adecuado para asegurar un gobierno progresista y eficaz, siempre que sepan combatir la grosera corrupción que se extendió durante su primer gobierno.
—Cayetana Álvarez de Toledo, en estas mismas páginas, renegaba del “repliegue del mundo liberal”. Para emparejar el piso, aparecen los populistas de derecha: Trump, Bolsonaro y siguen firmas. ¿Por qué es tan peligroso el populismo en países tan inestables como los de la región?
‘Pueblo’ suele manejarse como una referencia retórica y elástica. Y se asume que la voluntad del pueblo, que el supuesto líder interpreta, constituye un principio válido de legitimidad. Cuando a los populistas se les pregunta por su programa de gobierno, contestan generalidades, se declaran contrarios a todo lo que está mal. La emoción la ponen delante de la razón. Lamentablemente, el populismo prospera en cualquier contexto institucional deteriorado, donde los partidos hayan terminado desprestigiados por la corrupción o por una falta de representatividad. Sí, creo que se hizo mal en descuidar la política.