Cada día, uno o varios episodios se suman a la prolongada crisis que se mantiene en la política local. La semana empezó con la admisión de una moción de vacancia presidencial contra el presidente Pedro Castillo y terminó con el fallo del Tribunal Constitucional en el Caso Alberto Fujimori. “Hay una especie de nueva normalidad”, dice Gonzalo Zegarra Mulanovich.
—¿No siente como si estuviéramos en la larga meseta de una crisis? La semana pasada hubo mociones de vacancia, ministros interpelados, gritería... Pero la vida sigue como si nada, sin ningún cambio grande o pequeño.
Siento que no pasa nada grave en el sentido de que no llega a tener consecuencias. El Gobierno perpetra cosas terribles y no hay consecuencias políticas. Hemos normalizado esos escándalos, a tal punto que no llegan a gatillar nada, pero las cosas que están pasando no son tolerables para ningún estándar.
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—La inestabilidad se ha terminado convirtiendo en la norma, ya no en algo excepcional.
Ese es uno de los argumentos por los que yo sostengo que es viable, desde el punto de vista constitucional, la vacancia presidencial. Porque la lógica de las inmunidades presidenciales tienen que ver con la estabilidad. Entonces, cuando la inmunidad genera inestabilidad, pierde su razón de ser.
—¿Y hasta dónde es tolerable la inestabilidad constante? Es como si solo las catástrofes políticas generaran cambios. Kuczynski y Vizcarra tuvieron que dejar el cargo porque el techo completo se les cayó encima de un momento a otro.
Para que se desencadene una consecuencia política mayor se tienen que alinear varias cosas. Se vuelve cada vez más complejo. Como Ferrando: una cocina Surge al que me diga cómo hacer para que la gente se indigne. Hay esta polarización y esta binariedad que, en el fondo, en sus causas más profundas, tienen que ver con una mentalidad que se está imponiendo, que es la mentalidad de suma cero, donde lo que tú ganas yo lo pierdo. Por eso la derecha cree que las marchas contra Merino fueron pura manipulación y no son capaces de reconocer que había una espontánea inquietud. Al mismo tiempo, y aquí sí estoy con la derecha, lo que está pasando es de una gravedad tal, que me cuesta entender cómo no genera indignación de la gente. Hay una complejidad sociológica que es difícil de planificar, diseñar y desentrañar.
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—Pero esa misma apatía o anomia, como queramos llamarla, de pronto puede ser un reflejo también de lo que sucede en otras esferas, como el Congreso. “Oposición de pacotilla. Cómplices del gobierno impresentable”, escribió usted días atrás en Twitter.
Tal vez la palabra es complacencia. La complacencia de una oposición que se presenta con una narrativa, con una retórica superagresiva, pero que a la hora de los loros no se atreve. Se demoró no sé cuánto, siete meses en tratar de censurar a [el exministro de Transportes y Comunicaciones] Juan Silva, a [el exministro de Educación] Carlos Gallardo. Es una puesta en escena. Jorge Montoya quiere vacar en 10 días a Pedro Castillo, pero le da un mes a su ministro de Salud, Condori, el más impresentable de todos. Y, entonces, claro, ¿cómo podría entenderlo la gente, cómo podría identificarse?
—Y, entonces, ¿cuál es una ruta posible?
El gran dilema del Perú es cómo hacemos para convivir en nuestras diferencias que no solo son culturales, sino que se vuelven también políticas, filosóficas, qué sé yo. Pero la clase política nos entrega complicidad, o sea, cambiamos convivencia por complicidad. La convivencia sería tener unos acuerdos mínimos sobre lo sustancial. Por ejemplo, en el tema Fujimori. No somos capaces de ponernos de acuerdo en que un dictador no puede ser un héroe nacional, pero tampoco somos capaces de ponernos de acuerdo en que hasta un dictador tiene derechos humanos. Fujimori tiene este activo y este pasivo que nos divide de una manera visceral. Lo más importante es cómo hacemos para darle continuidad a este proyecto colectivo que es el Perú. Y para eso, por eso, necesitamos abstraernos de Fujimori y decir bueno, no queremos más dictadores, pero si hay dictadores y si hay delincuentes, igual tienen que tener derechos humanos, porque eso es la civilización. En vez de construir eso, los políticos nos dan esa complicidad de no te censuro a pesar de que claramente lo mereces, pero entonces yo tampoco me voy y me das la obra por acá, la del puente en mi pueblo, la pequeñez. Lo que se está fundando no es una convivencia, es una complicidad.
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—¿Cuál es, en concreto, su postura respecto a una probable vacancia?
La única salida que queda es la vacancia o la renuncia de Pedro Castillo. No puede seguir gobernando este país porque es moral e intelectualmente incapaz. Entonces la gran pregunta es qué viene después. Maricarmen Alva ha demostrado que no está a la altura. Diré algo impopular y acá la DBA me va a odiar: entre las opciones que hay, la más sensata sería que se quede Dina Baluarte y ella encabece una transición. Lo inteligente sería que ella lidere un pacto político que implique reformas constitucionales.
—Y, de pronto, en medio de este prolongado alboroto de la crisis política, el Tribunal Constitucional falla a favor de Fujimori. ¿A quién favorece este nuevo escenario futuro?
Yo creo que favorece principalmente al Gobierno. Yo escuché a Keiko Fujimori más bien cauta y, la verdad, si el fujimorismo cree que con esto va a resucitar, se equivoca. A mí me da pena, estamos en 1990 de nuevo, hemos perdido 30 años.
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—En una entrevista con El Comercio, varios meses atrás, usted dijo: “No puede ser que Keiko insista en un liderazgo tan fallido”. Pero parece que sí insiste.
Es el liderazgo voluntarioso, pero desvinculado de la realidad. Creo que Keiko Fujimori debió retirarse de la política por su propio bien, por el de su padre, por el de su madre cuando estaba viva, por el de su familia. Yo me considero un hombre de derecha liberal, pero aquí hago una crítica: ¿esta derecha no es capaz de producir un liderazgo mejor que el de Keiko, no es capaz de plantear un proyecto político que no pase por santificar a Fujimori?
—La inminente liberación de su padre, pase lo que pase en la Corte IDH, tendrá efectos impredecibles.
Creo que Keiko, con sus candidaturas obstinadas y su comportamiento inmaduro e irresponsable en el 2016, ha echado leña al fuego que hoy día está sufriendo su padre. Me considero un hombre de derecha, también me considero antifujimorista, pero trato de ser cerebral y no glandular. Lo mejor que le podría pasar al Perú es que termine esta era de la shakesperiana familia Fujimori en la política, y que pasemos a otro liderazgo. Y con gente nueva, liberales de izquierda y de derecha, socialistas liberales, también conservadores de derecha, de izquierda, siempre que sean democráticos. Ojalá que crean en la democracia, y no solo de la boca para afuera.
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—¿Quién es un líder de la derecha liberal en este momento? ¿Existe?
Lo tengo pensado, pero casi platónicamente, en abstracto. Ojalá fuera alguien de derecha popular, ojalá fuera de provincia, ojalá fuera mujer, ojalá fuera de mediana edad y ojalá tuviera sinceras convicciones tanto democráticas como de economía social de mercado. No conozco a alguien con ese arquetipo, pero eso es lo que me gustaría que el Perú produzca.
—Rafael López Aliaga, protagonista de la reciente campaña, ¿es un líder que la derecha tiene como referencia?
Su discurso se ha moderado después de las elecciones. Lo he visto en algunas entrevistas un poco más ponderado pero, digamos, no parece tener unas convicciones muy del liberalismo político. Y en materia económica tampoco es tan liberal porque ha defendido instituciones con argumentos a veces nacionalistas, a veces mercantilistas. Ahora, tampoco soy de los que creen que hay que cancelarlo. En todas las democracias hay un candidato de derecha conservadora. El problema está cuando los extremistas ganan.
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—En una misma semana hemos vivido rodeados de noticias sobre expresidentes, como en un laberinto. Impedimento de salida del país para PPK, nuevos testimonios desde Brasil contra Humala, el fallo del TC y Fujimori.
Creo que son casos distintos. Creo que Fujimori indudablemente cometió delitos. No necesariamente aquellos por los que lo condenaron, pero cometió delitos. No sé si Ollanta Humala los cometió, porque convirtieron en lavado de activos, que es un delito, la recepción de financiamiento partidario ilícito, que es un tema administrativo y no necesariamente penal. En el caso de Kuczynski, están penalizando un mal manejo de un conflicto de interés, básicamente. Entonces yo no me compro así tan fácil la narrativa de que todos los presidentes han sido delincuentes. La mayoría ha tenido un manejo poco prolijo de las cuestiones éticas. Y algunos sí, sin duda han cometido delitos. Esa es desgraciadamente una cosa que no solo pasa en nuestro país, sino que es un poco el signo de nuestros tiempos, y es la falta de reconocimiento, la falta de tolerancia, esta idea totalitaria de que ya todo está dicho y que la única posibilidad es esta en la que yo creo. Y ahí vuelvo entonces a la mentalidad de suma cero.
—Hago esta pregunta imaginando que la respuesta tiene pocas opciones: ¿quién podría asumir algún liderazgo importante en el Congreso actual?
Me gusta cómo se está desenvolviendo el general Chiabra. Nunca en mi vida he tenido simpatía por los militares, mi padre fue deportado en la época de Velasco. Esa es mi cuna, la de enfrentar dictaduras de derecha e izquierda y no ser partidario de los militares en el poder. Pero, claro, ha habido generales que una vez retirados se han vuelto importantes políticos. Lo que te quiero decir es que me gusta cómo se está desenvolviendo.
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—En su caso hay dos particularidades, que no necesariamente son ventajosas para él: vive oponiéndose a las decisiones de su partido, y además tiene la postura de nos vamos todos.
Los partidos se forman alrededor de los liderazgos, en lugar de que los liderazgos surjan de los partidos, que es lo que debería haber. Obviamente, los partidos van cambiando un poco, van mutando, se tiran más a la derecha, se tiran más a la izquierda. Pero un partido es por definición un proyecto colectivo. El tema es que la dinámica del seudopartido en el Perú es, literalmente, quiero ser presidente. Entonces, si tengo plata, postulo.
—¿Ningún otro de los 129 parlamentarios tiene condiciones para liderar o al menos conducir con equilibrio al Legislativo? No hay que hacer milagros, sino las mínimas reformas, los mínimos consensos.
Yo sí creo que hay varios congresistas que tratan de dar la talla. Es lamentable que no haya reelección porque tendríamos más figuras destacadas, con sus pros y sus contras. Pero, mira, yo al comienzo respetaba a Betssy Chávez y hoy lo que está haciendo el Ministerio de Trabajo me parece criminal. Hay varios que sí quieren ser congresistas, que se han preparado. Por ejemplo, Adriana Tudela. Soy un hombre de derecha, entonces voy a tener un sesgo más hacia la derecha, pero creo que hay varios nombres, aunque no quiere decir que estoy de acuerdo con ellos. Por eso no estoy en ningún partido, por eso no estoy en política.
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