“La esperanza es una actitud de apertura que está en todos los humanos”, dice monseñor Carlos Castillo, luego de ver en los periódicos y la televisión las imágenes de miles de fieles desafiando el calor para peregrinar al cerro San Cristóbal y celebrar allí, en el balcón de Lima, el Viernes Santo.
— En la Semana Santa del 2020, casi al inicio de la cuarentena, entre la incertidumbre y el miedo, usted dijo en una entrevista: “En el fondo, todos estamos deseando renovar nuestra esperanza”. ¿Nos sucede eso mismo ahora, en medio del conflicto y la crisis?
Esta es una crisis epocal, nos hemos preparado llegando tarde al mundo liberal, a la economía de mercado, que nos dio muchos resultados por primera vez en la historia –el chorreo famoso–, pero simultáneamente nos encuentra en el límite y en la posibilidad de un colapso, una crisis grave que puede ser pasajera, pero también definitiva. En nuestro pueblo, donde hay una acumulación muy grande de sufrimiento de siglos, en estas épocas se desencadenan mucho más.
— Los hechos más dolorosos de la crisis reciente se dieron en dos lugares de alta carga católica, como Ayacucho y la localidad de Juli, en Puno, célebre por sus templos. ¿Cuál ha sido el rol de la Iglesia en esos días?
No solo mediante la mediación interviene la Iglesia. Lo más importante es que, en una crisis, el valor del hermanamiento se pueda difundir. La violencia no es un camino, es un camino vetado. En cambio, cuando decidimos seguir el camino del diálogo, este podría hacerse imperfectamente, pero siempre se puede obtener algo porque se acuerda, se construye poco a poco. No vemos la grandeza de lo conseguido en la historia del Perú, y por eso cuando Basadre analiza nuestra historia, se da cuenta de que las ideologías que ayudaban a pensarla eran suficientes. Y entonces habla del Perú como promesa.
"La violencia no es un camino, es un camino vetado. En cambio, cuando decidimos seguir el camino del diálogo, este podría hacerse imperfectamente, pero siempre se puede obtener algo porque se acuerda, se construye poco a poco"
— Recuerdo su primera misa como arzobispo de Lima, en el 2019. En su homilía dijo: “No podemos celebrar sin preguntarnos todos, hondamente, ¿qué pasa con la dirigencia nacional y con los grupos implicados?”. Era un mensaje político duro.
Siempre es una desviación posible que la experiencia de la esperanza se concentre en una sola persona, pero uno después deposita toda la confianza en ella y lo traiciona. Lo hemos visto en toda la historia.
— Fue ordenado sacerdote en 1984, el año más mortífero de la guerra contra Sendero. ¿Recuerda alguna Semana Santa dolorosa, especialmente sensible?
Bueno, yo después del 84 no viví aquí la Semana Santa porque regresé a Roma para terminar mis estudios. Luego volví ya definitivamente en el 87, en la Semana Santa del año de la crisis económica del país. Junto con los jóvenes desarrollamos un anhelo de paz para poder superar la idea de que se iban a resolver las cosas por medio de la violencia. Estuve el año en que mataron a María Elena Moyano, era vecina, la había conocido. Ahí se nos ocurrió la idea de la Semana Juvenil, convocamos no solamente a los chicos de la parroquia, sino a todos los chicos de los barrios, de los colegios, de las pandillas, todo el mundo. Tenemos que cambiar el sistema de hacer iglesia y de hacer país. Tenemos que hablar con la gente y escucharla. La misión de los curas es un proceso generador de hermanamiento nacional.
— Viendo las imágenes del Viernes Santo en el cerro San Cristóbal, pregunto: ¿por qué a los peruanos les gustan estas manifestaciones masivas religiosas, como la procesión o el Día de Todos los Santos?
He sido párroco de San Lázaro, entonces toda la gente pasaba primero por mi lado para visitar y luego subía hacia el cerro. Arguedas había dicho una frase muy interesante: “El Perú es un país impaciente por realizarse”. Evidentemente, esto ocurre en la sociedad.
— Se acaban de cumplir 10 años de pontificado del papa Francisco. ¿Cuánto cambió la Iglesia en este lapso de tiempo?
El cambio más importante que el Papa ha introducido en la Iglesia es que invita a pensar, a discernir. Él es un maestro espiritual y ha introducido una manera de dirigir la Iglesia a través de las preguntas, del diálogo. A mí me alegra mucho porque mi padre ha sido maestro en la Escuela de Policía, y siempre era muy pedagógico al hablar, eso por costumbre nos ha quedado. Yo siempre he sabido que, si no me entienden, no puedo comunicar. Francisco es un Papa al que se le entiende todo, y la gente se va a habituar a que si no entiende al Papa no le va a hacer caso. Y no solamente a él, sino a toda la Iglesia.
— ¿Cuándo fue la última vez que habló con él? ¿Le dio algún mensaje específico para el Perú?
El 18 de febrero me recibió. Él desde los inicios siempre me ha marcado una propuesta de línea: “El Perú se ha caracterizado por ser un país de donde salió la evangelización, tu misión es convertir la Iglesia en una Iglesia en salida misionera”. Cuando en otra oportunidad le enseñé un álbum de fotos de su visita, lo miraba y me decía: “Se me van a salir las lágrimas”. Él piensa mucho en el Perú, lo considera un país muy rico de experiencias, está dentro del tipo de país que él toma como base para decir que la teología y el pensamiento de la Iglesia tienen que partir siempre de las periferias existenciales.
— Con la salud delicada del Papa, es inevitable pensar en el futuro, en su sucesión. ¿Cuál será el legado de Francisco?
El Papa ha inaugurado un modelo de Iglesia que no puede retroceder: la sinodalidad, que implica una Iglesia en movimiento. Si vamos atrás, la Iglesia desaparece. El mundo está en un movimiento tremendo, tanto de cambios como de crisis, y faltan orientación y un criterio inspirador. Pero quiero decir una cosita sobre su salud: yo lo vi muy bien al Papa, hasta me recibió de pie.