El libro “El Perú está calato” de Carlos Ganoza y Andrea Stiglich es un llamado políticamente inteligente a movilizarse para exigir las profundas reformas institucionales sin las cuales el Perú ya no da más. Hace tiempo que existe consenso en torno a la necesidad de esas reformas, pero es cierto que no hay la presión pública suficiente para exigirlas.
Digo políticamente inteligente –o astuto– porque el libro coquetea con los críticos soterrados del modelo para sumarlos a la causa de su profundización. El argumento central es que el crecimiento que hemos tenido en la “década dorada” no ha sido el producto del incremento de la productividad sino del ‘boom’ de los minerales. La razón es que no tenemos una institucionalidad política (partidos) capaz de llevar adelante las reformas necesarias para incrementar la productividad, tales como una mejor educación y más investigación, una legislación laboral mucho más flexible, un sistema judicial que defienda los derechos de los acreedores e inversionistas, un Estado capaz de imponer seguridad y combatir el crimen, etc.
La verdad, sin embargo, es que el Perú creció dos puntos más en promedio (6,5%) que Latinoamérica (4,5%) en la década dorada (2004-2013). Y no fue porque estuvimos mejor ubicados que los demás frente al ‘boom’ de las commodities, como erróneamente sostiene el libro: Venezuela, Ecuador, Bolivia y Chile tienen una proporción de commodities mayor que el Perú. Las exportaciones mineras chilenas son el doble que las peruanas y una proporción algo mayor del total de exportaciones y del PBI.
Lo que pasó fue que, contrariamente a lo que afirma el libro, la productividad en Chile cayó en -0,41% entre 2001-2012, mientras que la peruana fue la que más subió (BCR-TCB). La apertura económica gestó una nueva industria mucho más competitiva, eficiente y exportadora que la sobreprotegida que teníamos antes, y las exportaciones no tradicionales crecieron –en volumen– a una tasa tres veces mayor que las tradicionales, apuntando a la diversificación. Para no hablar de la extraordinaria expansión de las agroexportaciones: pura tecnología. Hasta el agro andino mejoró (Webb).
Es cierto, sin embargo, que esos desarrollos son inferiores a los del sudeste asiático y que persiste una alta informalidad con baja productividad. Pero esto se debe en parte a las regulaciones laborales y tributarias que les impiden crecer. Es un círculo vicioso. Por eso es que la informalidad se ha reducido poco, pese a que –contrariamente a lo que dice el libro– los ingresos de los independientes se han incrementado en mayor proporción que los de los trabajadores dependientes (INEI).
¿Cómo conseguir los consensos políticos necesarios para hacer las reformas que permitan reducir la informalidad y aumentar la productividad de la economía? El libro sostiene que sin partidos políticos que canalicen la presión social, será imposible. Es verdad. Pero hay que advertir que los informales son menos representables, y por eso, partidos establecidos tenderían a cristalizar intereses de grupos establecidos, lo que puede llevar a la “esclerosis” económica (Olson).
Es cierto que todos debemos hacer mucho más para exigir las reformas políticas a un Congreso ciego y sordo. Pero hay que reconocer los avances para no retroceder.