En tiempos de alta desconfianza, cuando muy pocas personas tienen reconocimiento amplio, Huerta ha logrado construir con humildad una alta legitimidad. No quedan muchos como él en el Perú.
En tiempos de alta desconfianza, cuando muy pocas personas tienen reconocimiento amplio, Huerta ha logrado construir con humildad una alta legitimidad. No quedan muchos como él en el Perú.
Eduardo  Dargent

Qué suerte tener en el país a una persona como el doctor . En estos días ha pasado muchas horas en Radioprogramas del Perú contestando todo tipo de preguntas del público sobre el coronavirus. Sin arrogancia, intentando ser didáctico incluso ante las preguntas más alucinantes, Huerta ha comunicado con claridad sobre prevención y cuidado. Con ello, ha apoyado en forma generosa al esfuerzo estatal y nos ha dado confianza en un momento de alta incertidumbre.

Desde hace tiempo, sigo a Huerta en su cruzada por difundir la ciencia y enfrentar nuestros prejuicios. Se ha fajado en peleas en que grandes intereses económicos cuestionaban medidas de salud pública. Además, nos ilustra sobre el efecto negativo de la pobreza y la desigualdad sobre el bienestar común. Y es un antídoto cotidiano contra la homofobia y el racismo.

En tiempos de alta desconfianza, cuando muy pocas personas tienen reconocimiento amplio, Huerta ha logrado construir con humildad una alta legitimidad. No quedan muchos como él en el Perú. Me alegra que en tiempos recios haya personas como él, capaces de sensibilizarnos sobre la urgente necesidad de contar con un sistema de salud público funcional. Aclaro que no conozco al buen doctor, pero celebro como hincha sus virtudes públicas.

Qué pena tener en el país a una autoridad como el alcalde de La Molina, Álvaro Paz de la Barra. Ha capturado la atención pública por inventarse un “estado de emergencia distrital” para responder a la crisis populistamente y dar una falsa imagen de eficiencia. La medida no solo es ilegal, pues no le cabe prohibir el ingreso de nadie a su distrito, sino absurda: ya existe inamovilidad general. ¿O es que su decreto aislacionista contempla prohibir el reingreso al distrito de molineros que trabajan fuera de él en actividades permitidas?

Desde hace tiempo, sigo a Paz de la Barra por sus constantes intentos de mostrarse desafiante a la autoridad provincial de Lima y atraer atención pública. Su conducta de los últimos días, en momentos en que más bien se necesitaba mucha solidaridad, nos muestra una vez más esta voluntad de dividir en nombre del interés individual.

En tiempos de alta desconfianza, estas medidas minan todavía más la débil legitimidad de las instituciones públicas y las autoridades. Los ciudadanos de La Molina no tienen la culpa, por supuesto, aunque no faltará quien apoye sus medidas. Su alcalde, lamentablemente, los coloca como el peor ejemplo de la ciudad burbuja, la territorialización del privilegio, en un momento en que los más vulnerables necesitan todo nuestro apoyo. Aclaro que no conozco al alcalde.

La crisis es dura y seguro se nos vienen días muy difíciles. Pero pasará, seguro cambiando una serie de paradigmas sobre la salud y seguridad en el mundo. Y los días siguientes haremos un balance de cómo se actuó frente a ella, resaltando actos que enaltecen y lamentando las miserias observadas. Estas dos personas, por razones muy distintas, estarán en mi balance personal.

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