Faltan apenas dos semanas para que los peruanos tomemos una decisión trascendental que nos afectará a todos: la elección de quién liderará al país en los próximos cinco años como presidente de la República.
Lo sorprendente –y deprimente– es que, a pesar de la proximidad de la fecha de los comicios, la conversación política gira alrededor de si un candidato regaló ron y hojas de coca en una actividad o si se los ‘plantaron’ sus rivales políticos; o de si otro lanzó generosamente un oso de peluche en un festival musical en el que, además, se podría haber repartido cerveza.
Ni qué decir del profundo debate sobre si un supuesto concurso de baile constituye una actividad cultural o más bien un acto proselitista. O de si el siempre audaz hermano de la candidata envuelta en disquisiciones sobre la naturaleza jurídica de los eventos de hip hop realizó una donación de cascos a la policía con anterioridad o posterioridad a la entrada en vigencia de la norma que prohíbe la entrega de dádivas.
También se discute el número de presuntos ex terroristas que llevaría otra aspirante presidencial en sus listas parlamentarias (el conteo sobre ‘narcoindultados’ es tema aparte) y si uno de sus contrincantes directos por el pase a la segunda vuelta lee diarios nacionales o pide resúmenes de los mismos a sus asistentes. Todo mientras sus partidarios y los del ex ministro de Economía polemizan ferozmente sobre quién se lleva el premio al candidato lobbista de la campaña.
Súmenle a lo anterior que el ex candidato (el que iba a transformar la política) grita fraude y pide irresponsablemente que se suspenda el proceso electoral, porque no supera psicológicamente que un Jurado Nacional de Elecciones excesivamente formalista y protagonista lo excluyera de la contienda luego de que el manejo de sus libros partidarios resultara ciencia oculta para el equipo legal de su agrupación cascarón.
Así, a ¡dos semanas de las elecciones! nadie habla sobre propuestas de reactivación económica o planes para combatir la inseguridad. Ni de reformas tributarias, libertades civiles o del destino de los principales proyectos mineros del país. Ni una palabra sobre políticas públicas en educación, salud o transporte. Menos aun intercambio de ideas sobre cómo reformar el Estado o luchar contra la corrupción.
No hay que ser ingenuos, las campañas suelen tener más de fuegos artificiales que de propuestas. Pero esta, en particular, está batiendo todos los récords de pobreza intelectual. A ver si los candidatos se animan a elevar el debate. La valla está bien baja, los votantes agradeceríamos el pequeño esfuerzo.
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— Política El Comercio (@Politica_ECpe) 25 de marzo de 2016