La noticia de que la reunión entre Pedro Pablo Kuczynski y Keiko Fujimori resultó útil, franca y constructiva, como lo ha expresado el propio presidente, le ha devuelto cierto sosiego a gran parte de la ciudadanía.
El enfrentamiento político que se vivió en las últimas semanas no dejó ningún aprendizaje: el Congreso inventando razones para censurar al ministro de Educación y el presidente considerando una estrategia para cerrar el Congreso.
Después del apretón de manos, lo que la sociedad espera son dos líderes políticos comportándose como estadistas: deshaciéndose de los extremistas que en sus entornos alientan el encono, el agravio y la mentira.
PPK, alejándose de los periodistas ambiciosos de poder, que quieren decirle qué hacer mientras alimentan el antifujimorismo, y buscando asesores políticos que lo ayuden a trazar una estrategia de comunicación política para los cuatro años y medio que le restan de gobierno. Ni un día menos.
Keiko, desautorizando públicamente a los periodistas que le han ofrecido calentar el camino para sacar, desde el Congreso, una “ley de prensa”.
El fujimorismo de hoy no tiene por qué ser el fujimorismo de ayer, el que aconsejado por Montesinos concebía la política como una guerra sucia y donde la principal enemiga era la libertad de expresión.
Keiko Fujimori ha trabajado y ofrecido un fujimorismo moderno y reinventado. Que no permita que los golpistas que están a su extremo le deshagan lo andado.
Es deplorable que hoy, nuevamente, los discursos de los voceros del fujimorismo en el Congreso se escuchen tupidos de agravios, de referencias malsanas y de generalidades en contra de la prensa. Mientras en las redes sociales sus afanosos seguidores la acusan de ‘mermelera’ o de ser parte de un ‘cártel mediático’.
Como reacción, algunos colegas han recordado la compra de las líneas editoriales de los canales de televisión y las “geishas” de los noventa; pero esa memoria retrata a los que se vendieron y puede resultar amable en comparación a lo que ocurrió con los que no se dejaron comprar.
La presión entonces fue brutal, el grupo Colina asesinó a dos periodistas en el interior del país, y desde el SIN se ordenó desprestigiar infamemente, amenazar de muerte, seguir, chuponear y destruir económicamente al medio o al periodista que denunciaba.
A propósito de los recientes agravios se ha evocado también a la “prensa chicha”, pero pocos recuerdan al primer troll de la historia de la Internet peruana, un esotérico argentino llamado Héctor Faisal, al que Montesinos contrató para inventar biografías denigrantes de los periodistas que lo fiscalizaban.
Lo sé porque fui una de las que resistió. Al final la prensa sorteó las vicisitudes, distintas investigaciones periodísticas ayudaron a acelerar la caída del régimen, y los cabecillas de ese tremendo estilo fueron a dar a la cárcel. ¿Para qué repetir esa historia?
Al margen de lo que los extremistas radicales de uno y otro lado del poder alienten, la gran mayoría de peruanos queremos progresar, reducir la pobreza, educar mejor a nuestros hijos, fortalecer nuestras instituciones, nuestra democracia. Vivir sin ser extorsionados por algún corrupto, de manera segura y con estabilidad.
La provocación, el enfrentamiento, el abuso, la boca floja, la campaña permanente no contribuyen a la estabilidad.
Que la imagen entrañable del Niño Jesús nos ilumine a todos. Feliz Navidad.
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#CNM decidirá mañana si ratifica a Mariano Cucho en la ONPE ►https://t.co/GoT5qfOyLO (Por @mariomejiah) pic.twitter.com/jbFdMCCMmt— Política El Comercio (@Politica_ECpe) 21 de diciembre de 2016