Los candidatos presidenciales hablan hasta por los codos de los tres grandes desbordes de Lima: el desborde social, el desborde informal y el desborde delincuencial.
Pero obvian lo que a Lima le falta: una reforma de fondo para dotar al gobierno municipal metropolitano de mayores poderes y capacidades precisamente para enfrentar esos desbordes.
El problema de Lima no es solo presidencial. Es también y fundamentalmente municipal.
Después del casi colapso de Lima durante la gestión de Susana Villarán era imaginable que los aspirantes a la presidencia tuvieran entre sus prioridades, dos cosas: que Lima deje de ser una carga para el Gobierno Central y que, a su vez, el Gobierno Central deje de ser una traba para Lima.
Por lo visto y escuchado hasta hoy, no hay prioridades al respecto.
De lo que se trata es de que el gobierno de Lima recobre su autonomía y sus poderes plenos, que acabe su triste condición de ser un apéndice de sectores gubernamentales, y que sus políticas y decisiones metropolitanas no colisionen más con las de un archipiélago de más de cuarenta distritos.
Sin un crucial deslinde de poderes entre el Gobierno Central y el gobierno de Lima, no hay forma de enfrentar un solo desborde de los mencionados. Ningún futuro presidente del Perú puede prometer acabar con la criminalidad y con el caótico crecimiento urbano prescindiendo de los poderes y la autoridad del gobierno metropolitano, esté quien esté al frente de este, sea el señor Luis Castañeda Lossio o quien fuese el siguiente elegido.
El entusiasmo, la tenacidad y la imaginación de un alcalde no bastan para devolver a Lima el carácter unitario de su gobierno y el peso político propio frente a los demás poderes. Hace falta una urgente reforma que solo un Gobierno y un Legislativo conscientes del problema pueden impulsar, como parte de la desconcentración general del poder político.
Se pretende forjar regiones realmente desconcentradas, mientras Lima se arrastra cada año detrás de mendicantes porcentajes presupuestales.
El hecho de que alcaldes como Alberto Andrade primero y Luis Castañeda Lossio después impusieran autoridad y eficiencia en la gestión metropolitana, y el segundo haya vuelto sobre sus pasos, no quiere decir que Lima tenga ya resuelto el poder político autónomo que necesita.
Lástima que los candidatos presidenciales tengan los ojos puestos en Lima como proveedora de votos y no como el digno hogar de sus hoy inseguros habitantes y la atractiva vitrina para el mundo, como lo son Bogotá, Buenos Aires, México y Santiago.
Ser sede del Gobierno Central y de los demás poderes del Estado no le da a Lima el poder político suficiente. Debe y tiene que añadir a ello el poder real y efectivo de su gobierno municipal. Si Lima nació alguna vez pagada de su suerte por haber sido la capital del virreinato, hoy representa un complejísimo mundo urbano por construir casi de nuevo. ¡Y este reto no puede estar fuera de la agenda política del 2016!
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