Jugada peligrosa, por Jaime de Althaus
Jugada peligrosa, por Jaime de Althaus
Redacción EC

La de Mario Vargas Llosa a la ex primera ministra luego de su defenestración, que parecía la de un presidente de la República agradeciéndole por sus servicios a la nación, sentaba ya una línea confrontacional con el Congreso. La designación de como primer ministro quizá estaba contenida implícitamente en esa carta y parece casi una represalia por la censura, con el riesgo de entrar en una espiral de agresiones políticas a costa del país.

Pero la censura no fue un acto de agresión sino de control. Hay que distinguir el pleito político inútil y destructivo, del legítimo choque entre poderes. El primero nace de la voluntad de acumulación de poder, que lleva al ataque gratuito, al  intento de destruir al otro. El segundo, por el contrario, nace del ejercicio del mecanismo constitucional del control del poder, que es la esencia de la democracia: poner límites al poder excesivo.

Lo que hemos tenido en el Perú en los últimos años ha sido lo primero: trifulcas políticas sin contenido, insultos y golpes bajos, originados principalmente en ataques del presidente de la República y de algunos de sus ministros a la oposición, reflejo sobreviviente de un proyecto continuista que fue abandonado desde que la pareja presidencial se resignó a desechar el sueño de la postulación presidencial de Nadine Heredia.

Pero algunas piezas de ese proyecto adquirieron vida propia: los propios ataques presidenciales que hemos mencionado, algo que solo practican los populismos autoritarios (Fujimori, Chávez, Correa, etc.) y, por supuesto, el copamiento de la por los “promocionales” del presidente para ejecutar reglajes y fabricar ‘dossiers’ sobre políticos y periodistas. Descartado el proyecto autoritario, de todos modos esos insumos serían reciclados como armas en la campaña electoral (Urresti los habría usado ya en algunos de sus tuits), de la misma manera como el presidente está usando los programas sociales cambiándoles el sujeto: ahora son del “nacionalismo” y no del gobierno, transformándolos en regalo clientelista.

En ambos casos estamos ante la utilización de recursos públicos para conseguir una forma de perpetuación en el poder vía una mayor votación el 2016. Por eso, la censura a la presidenta del Consejo de Ministros no fue un acto destructivo, sino uno que usó los instrumentos constitucionales para controlar un abuso del poder que podía generar enfrentamiento y violencia.  Fue, en ese sentido, positiva.

Lamentablemente el presidente ha desafiado el sentido de la censura con la designación de un primer ministro que agudiza la confrontación, acaso con la idea irresponsable de polarizar con el Apra y el fujimorismo para ganar terreno electoral, a costa del agravamiento de la situación general. Calcula que el Congreso no querrá autodisolverse negándole a Cateriano la confianza, sin percatarse, sin embargo, de que la censura a Jara, habiendo sido a la primera ministra y no al Consejo de Ministros, no es precedente para la disolución del Congreso, es decir, que este puede negar la confianza al nuevo primer ministro sin correr el riesgo de ser disuelto. Y no debería recibirla si queremos que el país no se hunda en luchas internas. Salvo que Pedro Cateriano, que es político, nos sorprenda gratamente.

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