Los venenos mortales del poder político, por J. Paredes Castro
Los venenos mortales del poder político, por J. Paredes Castro
Juan Paredes Castro

Por la forma como generalmente terminan sus funciones los vicepresidentes en el Perú, podría pensarse que se trata de puestos con una muy vieja tradición de desgracia política.

Los venenos mortales que llevan, traen y ocultan los celos, recelos y ambiciones personales, alrededor de los segundos de a bordo, no han podido ser erradicados de las cumbres del poder político.

De ahí que sea mejor para un vicepresidente o vicepresidenta que a su vez integra el Congreso evitar tener una oficina en Palacio de Gobierno, donde, claro, todo puede ser muy bonito, pero, como en la antigua Roma, hasta el agua de los floreros destila venenos mortales.

Los ex vicepresidentes Omar Chehade y Marisol Espinoza fueron de los más atormentados de las últimas décadas, a manos de quienes prácticamente los odiaban: el presidente Ollanta Humala y su esposa Nadine Heredia.

Chehade acabó recogiendo en un libro, “La gran usurpación”, sus experiencias testimoniales cercanas al poder, con una denuncia sin precedentes sobre el papel decisivo jugado por la ex primera dama en el manejo de los asuntos de gobierno y Estado. Espinoza, en cambio, prefirió inmolarse discretamente y en perfecta armonía con su perfil político de escasas pasiones y abundantes silencios.

Con esto no quiero desanimar a en su buen ánimo de ejercer la vicepresidencia. Ella sabe perfectamente que al ocuparse del despacho presidencial, en ausencia del titular, no tiene que hacer otra cosa que esa. Si tiene que recibir a alguien, en atención de ese encargo, lo hace también. Pero no tiene que despacharse en declaraciones oficiales, como lo hizo sobre los contenidos de la televisión, viéndose obligada después a ajustar y precisar lo que dijo. Recuérdese que el único vocero autorizado del gobierno después del presidente es el jefe de Gabinete, en este caso Fernando Zavala. Es más, Pedro Pablo Kuczynski, así visite China, París o Nueva York, no está privado de declarar sobre lo que quisiera, pues su ausencia del Perú no suprime su condición de presidente en funciones.

Las vicepresidencias en el Perú, al igual que otros cargos enredados de maleza jurídica y política, como la propia presidencia, esconden sin duda venenos mortales. Hay quienes ni siquiera pudieron asumir por un mes sus despachos, como Máximo San Román, vicepresidente de Alberto Fujimori. Raúl Diez Canseco tuvo que apartarse de la vicepresidencia, en medio de intrigas, en el gobierno de Alejandro Toledo. Y Luis Giampietri, marino fogueado en un heroico rescate de rehenes, logró sobrevivir, con no pocas magulladuras políticas, a los venenos mortales de la vicepresidencia en los tiempos de Alan García.

La renuncia de Yeni Vilcatoma al fujimorismo y las convulsiones en el izquierdista Frente Amplio revelan que los venenos mortales del poder político están en todas partes y son pocos los que, como Héctor Becerril, llevan dentro un potencial antídoto natural.

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