Probablemente usted esté preocupado por cómo va a terminar el año y cómo se viene la cosa hasta las elecciones. Si es así, hagamos juntos un poco de futurología:
Lo bueno: Si usted es de los que prefieren ver el vaso medio lleno, le tenemos noticias positivas. A pesar de que no estamos avanzando a todo nuestro potencial, seguiremos creciendo y, si todo sigue igual, terminaremos casi a la cabeza de América Latina. En una época en la que el Fondo Monetario Internacional estima que la región crecerá a menos del 1% en el 2015 (y se anticipa que en octubre ajuste su proyección de manera negativa), que se espere que nuestro país crezca este año por encima del 3% es una buena noticia.
Esto revela, además, que seguimos acertando con nuestras políticas macroeconómicas. Una tendencia que ya viene de varios gobiernos atrás y que este ha logrado mantener. Es algo importante y hay que reconocerle este mérito a la administración de Ollanta Humala.
Lo malo: Si usted es de los que prefiere ver el vaso medio vacío, también tenemos algo que contarle: no hay ninguna reforma importante que pueda adoptar el gobierno antes de irse.
Para empezar, el presidente está demasiado ocupado tratando de defenderse a sí mismo, a su esposa y a su partido de las acusaciones de corrupción, apropiación de fondos de campaña y lavado de activos que se suman todas las semanas. Ninguna persona tendría capacidad para hacer su trabajo con ese dolor de cabeza.
Encima, Ollanta Humala está en su punto de popularidad más bajo y ha perdido la mayoría congresal, lo que le impide tener fuerza para tomar cualquier decisión realmente importante. El gobierno, para los temas verdaderamente gordos, se ha convertido en lo que los gringos llaman “un pato rengo”.
Eso sí, en caso nos toque un Niño fuerte, con esta poca capacidad de actuación la cosa podría ponerse color hormiga.
Lo feo: Lo que más me preocupa es que, por lo menos hasta las elecciones, va a haber un espacio muy grande para el populismo. El Ministerio de Economía ha observado unos cien dictámenes del Congreso y ha señalado que la mayoría de ellos resultan inviables. La posibilidad de que le hagan caso es muy reducida pues los congresistas ya están pensando en su reelección y no tendrán empacho en apoyar propuestas populistas para maximizar sus chances de volver a ocupar su curul en el Parlamento.
Por eso se habla de iniciativas desde la pena de muerte por corrupción o utilizar a las Fuerzas Armadas para combatir el crimen común, pasando por ampliar las actividades de Petro-Perú o establecer límites a la propiedad de las tierras, por solo citar algunas de las que más han sonado en medios.
Además, lo más probable es que los candidatos a la presidencia también hagan eco de causas populistas. De hecho, ha sucedido con Keiko y PPK, que apoyaron que Petro-Perú ingrese de alguna forma al lote 192, con Alan, que prometió un nuevo ministerio de la juventud, y con Ántero Flores-Aráoz, cuyos paneles en la calle lo muestran como una sombría figura que simplemente promete “cadena perpetua” (sin indicar para quiénes ni por qué motivos).
El problema más serio es que la mayoría de normas populistas que se aprueben en los meses venideros se convertirán en espinas en nuestro sistema democrático o económico que luego serán muy difíciles de retirar. Con lo que parte del legado del último año de Humala puede terminar siendo tremendamente duradero. Para mal de todos, por supuesto.
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