Ricardo León

El viernes, poco antes de que Cuenca recibiera a El Comercio en su pequeña oficina del Instituto de Estudios Peruanos (IEP), participó en una reunión virtual con otros seis exministros de Educación quienes, desde que se inició la , han soportado presiones de todo tipo contra este proceso pero han logrado mantenerlo a flote. En esta semana tan ardua para la , esta es su mirada sobre el sector.

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—A mediados del 2019, se reveló que la fachada de Telesup era una falsa pared, construida por un alumno no graduado, que daba la impresión de ser un edificio pero en realidad no había nada detrás. Usted, por aquellos días, dijo: “Es un símbolo del sistema universitario peruano”. ¿Por qué?

Porque reflejaba lo que sucedía con el sistema luego de años de descuido del Estado a la universidad. En los años 80, por los problemas del conflicto armado interno y el terrorismo, el Estado abandonó de alguna manera las universidades públicas. Luego, a partir del 96, se expandió de manera muy desordenada la oferta privada con fines de lucro, y esto ocasionó un caos enorme. Era casi una expresión representativa encontrar una fachada en una universidad, detrás de la cual no había nada.

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—En un artículo suyo, titulado “El día después. La agenda de calidad universitaria en el Perú”, explica que se liberalizó la educación superior para ampliar la oferta y para democratizar el acceso a estudios superiores, bajo la idea de que el mercado lo regularía. Pero al final se lee allí: “La matrícula universitaria fue desigual y la calidad universitaria entró en un franco deterioro”. Y ahora estamos en esta situación.

Al final fracasó. De esas tres hipótesis se cumplió la primera, pero con límites, porque la democratización de la educación ha sido bien desigual. Y el mercado no fue un buen regulador. La Ley Universitaria dice que, desde aprobada la ley, quien regula no es el mercado sino el Estado, y es quien dice que esto y esto es lo básico para poder funcionar.

La falsa fachada de la universidad Telesup, que no recibió licenciamiento, se convirtió en un símbolo de las fallas del sistema educativo universitario. (Foto: Andina)
La falsa fachada de la universidad Telesup, que no recibió licenciamiento, se convirtió en un símbolo de las fallas del sistema educativo universitario. (Foto: Andina)

—La Sunedu impuso 46 multas por más de S/51 millones a 37 universidades donde se detectó la oferta ilegal de educación universitaria. O sea, ofrecían descaradamente cosas que luego no cumplían. Recuerdo una frase suya al respecto: “Es perverso que se oferte educación de bajo costo y mala calidad”.

Es muy perverso, es engañar a las personas que están estudiando y, lo más grave, genera una perversidad a futuro, porque estos estudiantes van a terminar la universidad, no van a tener las competencias necesarias para ingresar al mercado laboral. Es muy perverso jugar con la educación universitaria, que es muy aspiracional. Es como decir: juego con tus aspiraciones y te doy algo de mala calidad para que digas que has estudiado.

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—Esto lo pueden entender los estudiosos del tema, ¿pero cuál es el mensaje que debe llegar a los alumnos universitarios, incluso a quienes no están enterados de este debate? ¿Cómo explicarles que la reforma es buena y perfectible, y que golpearla es un atentado?

Les diría que no se trata de estudiar, sino de estudiar con calidad. Ya en la educación básica hemos sufrido la teoría del cambio, digamos, fallida, en la que dijeron: primero expandimos y luego generamos calidad. Eso fue un fracaso. Siempre la masificación va a significar cierta pérdida de calidad, eso es natural; por eso hay que controlar que esa pérdida de calidad sea la menor posible. La reforma no es una discusión conceptual, es saber que el Estado te garantiza que allí donde estudias tiene las condiciones básicas.

—Los opositores a la función de la Sunedu argumentan que esta les resta autonomía para decidir sobre sus universidades. Hace poco usted escribió en Twitter: “La autonomía universitaria es una responsabilidad, no un privilegio”.

No han perdido ninguna autonomía. Lo que se ha hecho es ordenar el sistema, y en ese ordenamiento se tienen que cumplir con reglas de juego.

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—En otro trabajo suyo sobre la educación universitaria, sostiene que la expansión de la oferta en el Perú vino acompañada por desigualdades educativas. ¿Una mala educación a un precio ‘cómodo’ es una muestra de esa desigualdad?

La generación de acceso a la universidad no garantiza calidad, tienen que venir de la mano. Un país que quiere convertir el crecimiento en desarrollo, que es lo que no terminamos de hacer, necesita una educación sólida. No más educación, sino mejor educación. Y si es más y mejor, en buena hora.

—De las 50 universidades con licencia denegada, casi todas son privadas (47) y tres son de gestión pública. Si esto sucede con las universidades, ¿qué pasará cuando se comience el licenciamiento de los institutos? Allí hay otra enorme tara.

Hay muchos más intereses económicos ahí, y es mucho más difícil darle seguimiento, porque no solo aparecen muchos institutos, sino que además tienen carreras cortas que cambian muy rápido.

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—Jaime Saavedra escribió hace poco sobre la ANR: “Es un club de rectores inefectivo, que llevó al país al caos actual en el que conviven universidades de excelente calidad con una plétora de instituciones mediocres que reparten grados inservibles. Este club representaba los intereses económicos y de poder de grupos específicos”. La pregunta es por qué era tan difícil cambiar este sistema.

Como tantas cosas en el país, cuando se genera una manera de trabajar que es cómoda a varios intereses, mejor nadie lo toca. A lo Gatopardo, cambio algo para que nada cambie. En la mayoría de los países, las asociaciones de universidades buscan el desarrollo de políticas institucionales. Cuando la ANR recibió el encargo de autorizar el funcionamiento de nuevas universidades, empezó a mostrar que ese modelo tenía fallas y límites, porque juez y parte no pueden formar la misma institución. No solo les da un poder infinito, sino un exceso de autonomía. Había un alto número de universidades con licencias temporales, que tenían que actualizarse al año, pero pasaban 10 años y seguían con licencias provisionales. El tema universitario es un tema político, y si es un tema político, tiene intereses. Contra la ley de reforma universitaria hay intereses ideológicos, económicos, políticos y particulares.

—El presidente Castillo, cuando aún estaba en campaña, anunció: “Vamos a revisar y vamos a corregir el accionar de la Sunedu porque no puede dejar a muchos jóvenes en la calle”. Luego no ha dado ningún mensaje claro. El comunicado reciente del Minedu es algo tibio. Incluso el jefe de la Sunedu, Oswaldo Zegarra, dijo que fue “ambiguo” y que él no se siente defendido.

Aquí estamos en una situación particular. Desde que se promulgó la ley, en el 2014, a las pocas semanas se presentaron dos demandas de inconstitucionalidad diciendo que se vulneraba la autonomía, etc. Después el Tribunal Constitucional no les dio la razón, y luego se fue fortaleciendo la reforma porque, a partir de ese asedio, llegaban todos los años nuevas demandas. Pero había un Ejecutivo que hacía el contrapeso. Se necesita un liderazgo claro que, por último, diga: mira, no estoy de acuerdo, estos son los puntos. Pero no puede quedarse del costado.

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—En una entrevista, el propio Zegarra dijo que con el actual ministro de Educación apenas ha conversado. Mejor relación tuvo con usted. ¿Alguna vez sintieron que el Congreso se les venía encima y que no había salida?

Una de las primeras reuniones que tuve cuando fui ministro fue con Sunedu y con Sinease, porque siempre he pensado que se tiene que articular todo para la reforma. A partir de ahí tuvimos reuniones quincenales con el doctor Zegarra, porque incluso entre nosotros había cosas en las que no estábamos necesariamente de acuerdo. Pero era indudable que la reforma era nuestro verdadero objetivo.

—¿Cuántas veces lo citó la Comisión de Educación del Congreso?

Uf... Yo le hacía bromas al presidente de la comisión, le decía que yo parecía parte del Congreso. Siempre había presiones. Pero, por lo que he aprendido sobre lo que significa hacer política, entendía que hay que reconocer al otro como un interlocutor válido. Y si ese principio no se respeta, no se puede avanzar. Las veces que fui llamado, o que pedí ir para explicar cosas que íbamos haciendo, por supuesto que había posiciones agresivas y presiones, pero se pudo sacar cosas adelante. El diálogo cansa, frustra, pero ese es el trabajo que hay que hacer.

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—Por primera vez, los proyectos de ley que golpean a la Sunedu han sido aprobados en comisión. Además, hay un ministro que mira de lado y un presidente que no se pronuncia. ¿Cuál es el pronóstico para los siguientes meses?

Mi pronóstico es que estos proyectos de ley no van a prosperar. Pero tampoco van a parar, y hay que estar atentos. La reforma universitaria tiene dos características que la hacen sostenible en el tiempo: legitimidad social y fortaleza técnica. Y esto pesa mucho a la hora de tomar una decisión política. Si el Legislativo no lo puso en agenda, es porque hay un mensaje muy fuerte detrás: hay un costo social y político que quieren evitar.

Cuando fue ministro de Educación, Cuenca impulsó el retorno progresivo a las clases escolares presenciales, aunque el proceso fue lento y complicado. (Foto: Archivo El Comercio)
Cuando fue ministro de Educación, Cuenca impulsó el retorno progresivo a las clases escolares presenciales, aunque el proceso fue lento y complicado. (Foto: Archivo El Comercio)

EL DIFÍCIL RETORNO A CLASES

—¿Le queda alguna frustración por el hecho de que aún haya colegios que no tuvieron clases presenciales este año, de que el proceso demorara?

Sin duda, sin duda. Sabíamos que había que retornar a clases, ese era el gran objetivo. Solo como anécdota, luego de anunciar la vuelta a clases en zonas rurales y bajo ciertas condiciones, en la misma semana recibí dos comunicaciones, donde me informaban que me iban a poner una demanda por genocidio, por abrir las escuelas, y luego otra donde decían que me iban a demandar por abrirlas. El asunto estaba muy polarizado. Pudimos haber acelerado más el proceso con los gobernadores regionales, y pudimos haber hecho esfuerzos por ganar más confianza con las familias.

—Se critica muchísimo que el Perú permitiera funciones de cine o compras en centros comerciales antes que el ingreso a las aulas. ¿Se podría ser más ‘audaces’ para abrir colegios?

A estas alturas, sí. Ahora van a vacunar a menores, los adultos se están vacunando, los profesores están vacunados. En las zonas rurales, el 55% de escuelas tiene entre 5 y 15 estudiantes, allí no habrá mayores problemas de retorno. Pero también es verdad que el retorno a clases generó una situación muy polarizada. Ahora el contexto es distinto pero, insisto, lo que hay que hacer es generar mucha confianza en la gente.

—Como estudioso del tema educativo, le pregunto: ¿cuáles son los efectos que puede tener un niño o adolescente que ha hecho un año y medio de clases a través de una pantalla? ¿Se puede hablar de una forma de resiliencia del alumno?

Primero, aún no sabemos lo que va a pasar en el futuro de la pandemia. Segundo, esos efectos aún no se han medido. En aprendizajes curriculares seguramente ha habido pérdidas en algunas competencias. Tercero, la parte emocional ahora es parte de la discusión, eso es importante. En un país con tanta precariedad política y tanta debilidad institucional, cada decisión que se toma, todo cuesta.

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