Quizás por la sabiduría acumulada por los años, Richard Webb (Lima, 1937) mira el acontecer nacional con un moderado optimismo, lejos de la desesperanza que suelen exhibir algunos intelectuales y del desaliento impregnado en el marasmo político.
Como si —sin negar la complejidad de los desafíos que plantea la sociedad peruana actual— prefiriera ver el vaso medio lleno en vez de medio vacío.
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►Carlos Contreras: “Tendríamos que pensar en cómo tender puentes”
— En 1985 publicó el libro “Por qué soy optimista“. ¿Sigue siendo optimista?
Simultáneamente, optimista y preocupado. Se vienen nuevos problemas.
— ¿Cómo cuáles? ¿Dependen de nosotros o depende del entorno?
La esencia está en la política y la vida social, pero también afectan a la economía.
— Hablaba de la importancia del acuerdo para evitar vivir en un país a la deriva. ¿Por qué le parece tan importante el forjar un acuerdo?
Se ha continuado una tendencia de par de siglos por lo menos. El empoderamiento de la persona es la historia del desarrollo político democrático. El Perú es hoy radicalmente diferente de lo que fue en el momento de la independencia. Ahora que me he dedicado a conocer nuestra historia, me he quedado maravillado de cómo hemos ido evolucionando.
— Debo asumir que usted ve un gran potencial en el Perú de hoy, que contrasta con el escepticismo al que invita tantas veces la política.
No me cabe duda de que hay un gran potencial. Basta con hablar con casi cualquiera que no está en ese momento con el televisor prendido o escuchando radio, que no está entretenido de la telenovela política.
— ¿Diría que nuestra clase política está un poco desconectada de la vida diaria de los ciudadanos?
La vida política es principalmente una telenovela, donde lo que vale es el rating. Eso es lo único que se busca: atención. No es que necesariamente el político está desconectado, porque también es una persona normal. Pero cuando ejerce su función de político, tiene que ser, actuar como quien está transmitiendo una telenovela.
— Decía como que nuestro devenir económico ha sido una realización mucho más democrática que plutocrática, una afirmación que llama la atención frente a todo lo que estamos viendo…
Ha habido un desarrollo enorme en la capacidad de la gente por conocer y participar. Hace no tantas décadas que la mayoría de la población estaba completamente afuera.
— ¿Qué cosa deberíamos ver como país en términos de potencialidades económicas?
Una cosa que no nos damos cuenta suficientemente es que ya somos un país esencialmente urbano. Eso es una transformación grande. La mayor parte de la población de la selva es urbana, de lejos y en la costa es casi totalmente urbana. Lo que queda de rural es, en realidad, semi-rural. Otra cosa clara es que sigue creciendo el peso de la costa.
— ¿Qué piensa de la diversificación productiva?
El tema es casi como una religión (sonríe). Si se trata de escoger, preferiría una economía más diversificada. Pero si uno quiere empujar en la dirección de la diversificación, casi siempre eso implica un costo. Uno tiene que ser realista y preguntarse si ese costo vale la pena.
— ¿Y vale la pena?
Es bien difícil ir a números. Típicamente, estas ideas se quedan a nivel de discursos.
— En el debate sobre si el Perú es o no un país minero, ¿tiene usted una posición?
No me parece conveniente plantearlo así. Antes se hablaba mucho de que el Perú era un país agrícola. Es como tener una fijación por membretes y no es una forma práctica de pensar cómo dirigir un país.
— ¿Qué cosa no estamos haciendo para que la informalidad no sea lo alta que es?
La única forma útil de entender el término “informal” es como incumplimiento de normas que puede ser menor o grave. Y hay muchos tipos de normas. Una sociedad necesita normas. Hay dos cosas que van juntas: lo que hay es un exceso de formalismos y eso genera inevitablemente un comportamiento realista muchas veces…
— Pragmático, digamos…
Sí, y van juntos. Si algún día vamos a ser menos informales, va a ser necesario que primero hagamos una normatividad más práctica, más funcional, más realista. Yo escucho todo el tiempo criticando la informalidad, pero no veo que estén pensando sobre cómo realmente se puede modificar eso.
— ¿En algún momento hemos tenido esos políticos o académicos que se preocupen por la informalidad o por algún otro problema del país?
No puedo mencionar a alguien en particular ahora. Más bien, cuando uno lee a los que hablan de ideas generales de cómo llevar el país y cómo es el país, mi impresión es que han sido fuertemente ideológicos más que científicos. Ha sido una lucha política, ideológica, que no ha ayudado a conocernos.
— Usted hablaba, precisamente, del mutuo conocimiento y el acercamiento mutuo de la población.
Todo eso se está dando.
— ¿Se está dando a pesar de la formalidad?
“A pesar de” es mejor que decir “sin la ayuda de”. Definitivamente con muy poca ayuda de filósofos, de sociólogos o de gente que simplemente está tratando de ver y entender cómo somos: la fuerza de la ideología, que a su vez -me imagino- es un reflejo de la lucha política social que ha estado en el centro del último siglo. Ha habido mucho de ideología, pero también mucho de intereses. La derecha aquí no ha sido necesariamente liberal económica…
— Y la izquierda, ¿no se ha preocupado de la generación de riqueza?
Como que no se ha preocupado por todo el tema productivo. Mucho tuvo que ver con la idea equivocada de, simplemente, repartir.
— Otro fetiche muy común entre políticos o académicos peruanos es el de las reformas…
Eso de hablar de grandes reformas es regresar a un discurso político. Para mí mejorar la eficiencia del motor económico del país es un problema del gobierno en mil cosas chicas.
— ¿En todos los campos?
En los que afectan la economía, sí. Se requiere más gobierno y mejor gobierno. Ahora hay desgobierno por una serie de razones. Pero es muy difícil ser productivo y desarrollarte y sospecho que se está haciendo más difícil. La economía moderna exige más que antes una buena plataforma regulatoria y de decisión administrativa de gobierno en mil cosas. Esa plataforma es un buen gobierno, estable. No perfecto, pero por lo menos predecible.
— ¿Cree usted que hay ausencia de una clase dirigente en el Perú?
Falta un compromiso con el país en comparación con lo que se han tenido o tienen en otros países o tienen. Ha habido, ciertamente, presidentes muy comprometidos. Yo pienso mucho en Belaunde a pesar de que nos peleábamos; o en Morales Bermúdez. Hemos tenido presidentes comprometidos y honestos. Y muchos funcionarios públicos, gente que interrumpe una vida.
— ¿Por qué cree que es mayor el problema político?
Ahora la gente participa mucho más. Hay mucho más ruido. Pero casi todo se interpreta en términos de un señor “X” que está mal, que no está haciendo su trabajo, que es un malvado, que es un ladrón. Se personaliza el problema. Para mí no es el problema de unos cuantos. No es la gente. Lo que ha cambiado es el contexto, el sistema, que genera inquietud, frustración, depresión y mala información. Y tiende totalmente a exagerar lo malo y crea reacciones políticas.
— Ese ruido ¿será solo transicional o debemos acostumbrarnos a lidiar con estas presiones?
Me preocupa. Me parece que son retos enormes y me preocupa para empezar por mis hijos, mis nietos.
— ¿A pesar de su optimismo?
Conviven sin problema, porque siempre ha habido las dos cosas.
— ¿Aspiraría ante de llegar al bicentenario hayamos avanzado en algún aspecto?
Lo dudo mucho, especialmente con la improbabilidad de un cambio político grande. El Perú es esencialmente una colectividad. No es una persona ni diez, ni doscientos. Para una colectividad es mucho más difícil transformarse.
— Eso es lo problemático
Es un tremendo desafío. No voy a decir imposible, pero sí es sumamente difícil lograr cambios sustanciales. Me gusta citar a otro Webb, Sidney Webb -que no tuvo relación alguna con mi familia- que decía “el gradualismo es inevitable”.
— ¿Y es una frase que usted hace suya?
Me parece que tiene mucho de verdad.