Según el músico Pedro Arriola –poseedor de los 54 libros que componen la colección total de los simpáticos Populibros que editó el escritor Manuel Scorza–, hay diferentes tipos de amantes librescos: bibliógrafo: el experto en libros; bibliófilo: el que los colecciona por amor a la lectura; bibliómano: al que solo le interesa el libro como objeto y muchas veces ni los lee, y bibliópata: el que vende a su madre por un libro.
“La mayoría, eso sí, son adictos a la lignina, polímero de la madera que amarillea los libros y desprende un aroma a vainilla”, revela Arriola y asegura que –de pasársela leyendo sin parar desde los 6 hasta los 70 años–, una persona solo podría llegar a los 3, 000 libros. “Yo todavía tengo 62 años”, ríe con ganas.
“Mi biblioteca es el testimonio físico de mi enorme ignorancia”, asegura por otro lado Julio Villanueva Chang, editor de la revista Etiqueta Negra, quien nombra entre sus fetiches a autores como Kafka, Chéjov o Perec. “Cada vez que voy a México visito El Burro Culto, una librería de viejo [de segunda mano]. Uno sale mugrosamente feliz. No la paso bien en donde no haya librerías de ese tipo”.
Mientras Villanueva se siente cómodo en la “misteriosa luz polillera” de su biblioteca, el vallejólogo Jorge Kishimoto, compra veneno para polillas en la Botica Inglesa del Jirón Cailloma cada seis meses. “Me lo aconsejó un librero de viejo”, cuenta. “Me pongo mis guantes y fumigo yo mismo”.
Su colección de César Vallejo (que también incluye traducciones y publicaciones del poeta en revistas) alcanza los 1, 5000 ejemplares. “Yo pretendo hacer una fundación para suplir el déficit del archivo bibliográfico peruano”, explica. “El mercado negro es fuerte y dificulta la investigación académica".
Y es que el comercio y los libros no se repelen. Aunque sorprenda, Amazon, el gigante del comercio electrónico, comenzó como una librería virtual. Cuando Jeff Bezos fundó la compañía, su esposa MacKenzie ya era novelista y había sido alumna de Toni Morrison en Princeton.
De este lado del charco tuvimos al, en cambio, rudimentario Jorge Vega, ‘Veguita’, quien proveyó de libros a periodistas bibliófilos durante años. Adoleciendo de amores con ‘putidoncellas’, se le veía por las salas de redacciones de Caretas, La República y El Comercio transportando tomos bajo el brazo. Le decían “El Sobaco Ilustrado”. Los libros –en el mejor de los casos– apestaban a desodorante.
No te pierdes la historia completa de tres declarados acumuladores de libros este sábado en Somos.