El Viernes Santo que pasó fue quizá uno de los días que más miedo tuve en mi vida. En la cuarta semana del confinamiento obligatorio, en plena pandemia por el Covid-19, entre números de contagiados y muertos que rotaban sin parar por la radio, televisión e Internet, en un mundo horrible que parecía imposible, mi hija de casi cuatro años comenzó a volar en fiebre. Así. De la nada. Si en circunstancias normales los termómetros que van más allá de 37,5 grados ya generan un grado de estrés en los padres, en estas, el temple puede irse por el caño. Peor si el paracetamol no hace nada durante toda la mañana y la tarde. Si el pediatra no contesta. Si no queda otra que volar pasadas las 9 de la noche a Emergencias en pleno toque de queda. Con el pañuelo blanco ondeando. La luz del auto prendida. La niña en brazos. Una pesadilla.
Aquel feriado todo empezó muy temprano: Lara parecía más caliente de lo habitual. Estaba despertándose aún, por lo que pensé que ese era el motivo, estar medio envuelta en las sábanas. Sin embargo, al rato llegaría el papá y tendría la misma sensación que la mía. Nos miramos automáticamente extrañados y preocupados. Le pusimos el termómetro y ¡pum!: 38 grados. La desabrigamos y esperamos. Nada. Al rato, 38,5. Intentamos comunicarnos con su pediatra, pero era muy difícil (luego supimos que estaba atendiendo pacientes en el Hospital Cayetano Heredia). 39,2. Le dimos panadol unas dos o tres veces cada cinco horas, pero el remedio solo la refrescaba por poco tiempo. La fiebre volvía a trepar con furia. No quería comer, solo dormir. La bañamos en agua tibia, le pusimos paños fríos en la cabeza, como se suele indicar. Ningún alivio. Para las 8:45 pm ya tenía 40,3 grados sin visos de mejora. Entonces decidimos llevarla a Emergencias. ¿Era posible que tuviera Covid-19? Habíamos –somos- rigurosos con la cuarentena, los protocolos, los cuidados. ¿Por qué tenía una fiebre tan alta y tan rebelde cuando ella nunca padece de eso?
No había casi nadie en la sala de Emergencias Pediátricas de una clínica cercana a mi casa cuando llegamos. El pediatra de turno la revisó y vio rápidamente su garganta muy inflamada. “Tiene faringitis aguda”, sentenció. Hubo que darle antalgina y meterla, ahí mismo, a una tremenda ducha de 20 minutos en los que la pobre no dejó de llorar. El papá y yo solo hacíamos de tripas, corazón, convenciéndola/obligándola a mojarse para mejorar. Las medidas extremas hicieron que la fiebre cediera y que pudiéramos emprender el camino con medicinas y un tratamiento. Pero, antes, la pregunta de rigor. La que quisimos hacer desde el principio. “Doctor, la fiebre es alta y reacia, ¿cómo sabemos que no es covid?”. Ya para entonces los médicos estaban cansados –imagínense ahora-, por lo que enfático y con molestia empezó el siguiente diálogo:
-Señora, ¿usted tiene covid-19?
-No, doctor.
-¿Su esposo tiene covid-19?
-No, doctor.
-¿Han estado en los últimos días cerca de alguien que lo haya tenido?
-No, doctor.
-¿Están cumpliendo la cuarentena en casa? ¿Siguiendo los protocolos de limpieza?
-Sí, doctor.
- Su hija no tiene covid-19. Hasta ahora todo indica que es una faringitis. Vaya a casa y dele la medicación. Ojo que le puede volver a subir fiebre. Ojo que puede toser por flema. Las fiebres tienen múltiples orígenes. Vayan a descansar que es más de medianoche.
Así lo hicimos. Ella no volvió a tener fiebre. Era faringitis. Tal vez se enfrió por estar jugando mucho tiempo en el balcón; por los baños largos que le dábamos en un afán de distraerla; por comer helado para compensar el que no pudiera salir. No lo sabemos. Sin embargo, sí nos preocupamos por averiguar qué hacer cuando en estos tiempos pandémicos a los chicos le sube fiebre y no hay médicos ni consultas a la mano. Cuando es más peligroso ir a la clínica o al hospital que manejarlo en casa. Esto averiguamos y es lo que usted también debe tener en cuenta.
Serenidad y observación
“Lo primero que hay que hacer es mantener la calma. No hay que alocarse apenas un bebe o un niño tengan fiebre”, sugiere de entrada el pediatra y autor Roberto Somocurcio, quien suele hacer un importante trabajo de divulgación médica para padres en sus diversas redes sociales. Tiene razón. La fiebre “avisa” que el cuerpo está combatiendo alguna infección. Por lo mismo, el origen de esta puede ser sumamente diverso.
Y continúa: “Hay que recordar también que estamos en pleno cambio de estación, estamos entrando al invierno y es común que la gente se enferme de resfríos, influenza, parainfluenza y otros males son síntomas gripales”.
Recalca que, en segundo lugar, los padres deben evaluar el estado general del niño. Es decir, si a la fiebre lo acompañan otros síntomas. ¿Se queja de dolor? ¿vomita? ¿Tiene diarreas? ¿le arde al orinar? “Para que sea covid tienen que haber fiebre altas rebeldes, sí, pero estas están acompañadas de tos y una falta de respiración muy severa. Repito: muy severa. Sucede que, por su propia naturaleza, la fiebre ya no te deja respirar bien, pero no hay que confundirse. Cuando tienes coronavirus te quedas sin aire como si hubieras corrido cuadras”, detalla.
En todo caso, ¿cuándo es el momento de ir al hospital o a la clínica? “Al menor indicio de dificultad para respirar de la manera que estoy explicando. O si el niño –o cualquier adulto- tiene más de 48 horas con fiebre sin parar”.
Somocurcio recuerda que los niños no son el grupo demográfico que más sufre de este mal que nos tiene a todos en jaque. La mayoría que lo contrae es asintomático o sufre de síntomas leves. “Si el menor es positivo y el caso no es grave, lo que te dirán en Emergencias es que regreses a casa con tu panadol. El tratamiento será igual al que se da en el caso de la influenza porque, como todos sabemos, para el coronavirus no hay uno especial aún”.
Serenidad y cabeza fría al tener un hijo afiebrado en casa, entonces. “Esto les puede servir mucho a los padres: si el menor tiene fiebre y le baja y luego se le ve tranquilo y de semblante y energía normal, eso es un buen indicativo de que no se trata de nada grave. Cuando hay un mal serio la fiebre puede bajar, pero al pequeño se le ve apagado, abatido, enfermo. Los padres, pues, tienen que ser muy observadores y, claro, deben mantener comunicación con el pediatra de cabecera. Eso es lo que yo sugiero para actuar en estos tiempos”, concluye.//
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