La moda futurista de los años 60 liderada por André Courrèges, Pierre Cardin y Paco Rabanne hablaba de una vida en el espacio exterior; de siluetas en “A” o trapecio; minifaldas, formas y perforaciones inusuales en las prendas; sombreros que simulaban cascos de astronautas y botas que parecían listas para emprender un viaje a otra galaxia. Una moda que encontró su exploración máxima en la película Barbarella (1968), protagonizada por Jane Fonda, pero también su versión humorística y animada en Los Supersónicos. Un futuro que se sentía particularmente incierto por causa del tenso clima político de la aún vigente Guerra Fría -subrayado por la crisis cubana de los misiles en 1962- y los avances tecnológicos que anunciaban la próxima llegada del hombre a la luna para el final de la década.
Todo parecía indicar que el futuro no tendría lugar en el planeta Tierra. Sin embargo - cincuenta años más tarde- seguimos aquí.
Contrario a lo que se vaticinaba, nuestro enfoque actual resulta bastante más introspectivo. Si bien seguimos lanzando cohetes y robots para recolectar información sobre vida extraterrestre, rastros de agua, y demás inquietudes, hoy vivimos mucho más concentrados en nuestro propio planeta, reevaluando tanto nuestro comportamiento hacia él como hacia nosotros mismos, como comunidad humana. Quizá en la actualidad estamos confraternizando más con nuestros antepasados hippies de la década del 60 que con aquellos que apostaban por los viajes intergalácticos.
Al pensar en hippies, casi siempre asociamos la palabra a una moda: pelo largo, chalecos, vinchas, jeans anchos, bordados y margaritas por doquier. Un look que tuvo una de sus más exitosas reinterpretaciones en la colección primavera-verano de Tom Ford para Gucci en 1999, con todos los elementos mencionados anteriormente y además faldas que parecían hechas de pantalones reciclados. Pero como siempre digo, la moda es un lenguaje y la moda comunica el zeitgeist, el espíritu del tiempo, y no debemos quedarnos sólo en lo superficial. El resultado visual del movimiento hippie es uno que refleja el sentimiento de una generación que cuestionaba al sistema, se oponía a la guerra, pregonaba la paz y el amor y que quería un retorno a lo natural, y pocas cosas representan lo natural como el pelo suelto y desordenado.
Este 2019 se cumplen 50 años de Woodstock, aquel festival musical donde se presentaron Jimi Hendrix, Janis Joplin, Joe Cocker, Sly and the Family Stone entre otros muchos artistas bajo el lema de “tres días de música y paz”. El público que asistió a dicho evento –que bordeó el medio millón de personas en total- era variado: desde aquellos que se sentían abrumados por una sociedad materialista o los que se oponían a la guerra de Vietnam (1955-1975), hasta los que sentían la necesidad de formar parte de un evento que divulgaba un mensaje de unidad en pleno movimiento de los derechos civiles en Estados Unidos. Una época de mucho activismo, algo que coincide con nuestra era actual. La presente situación política mundial es negativamente abrumadora, donde los Donald Trumps y Jair Bolsonaros aparecen como por generación espontánea (o como Gremlins mojados, valga la precisión), y donde poco a poco van borrando el poco progreso que habíamos logrado como sociedad, arrastrándonos al pasado.
Sin ánimo de dramatizar, la verdad es que es bastante deprimente. Pero en todo lo malo hay algo bueno, aunque cueste identificarlo a primera vista. Hace mucho tiempo que no se veía tanta marcha, protesta, manifestación, o cualquier otro despliegue que exprese el descontento de una sociedad con sus líderes y la necesidad de hacer cambios en el mundo como los que estamos viendo últimamente. Si existe un producto colateral que han logrado crear estos personajes es el resurgimiento del activismo, un activismo real y físico que –sin desmerecer sus aportes- va más allá de la comodidad de un teclado y el “reposteo” de noticias. Es importante dar ese paso, involucrarse realmente con aquello que nos concierne, entender que el cambio comienza por uno y que expresarse es esencial para empezar un diálogo. Estamos en un momento en el que la gente ha empezado a entender eso.
Por citar un ejemplo, hace tres o cuatro años un amigo al que ya no frecuento tanto, me dijo con sarcasmo que seguro iba a lograr “mucho” yendo a las marchas a las que suelo ir, que eso de nada servía. Inmediatamente le leí una de mis citas favoritas de la vida, escrita por la antropóloga estadounidense Margaret Mead: “Nunca dudes que un pequeño grupo de ciudadanos pensantes y comprometidos puedan cambiar el mundo. De hecho, son los únicos que lo han logrado.” Le expliqué que los cambios empezaban así, que no debía de subestimar el poder de la gente, que de esa manera se había conseguido el voto femenino y que hoy se estaba consiguiendo la aprobación del matrimonio igualitario en el mundo de la misma forma. Desde que descubrí esa cita en el envoltorio de un chocolate Baci hace más de veinte años (comprobando que algunos vicios traen cosas buenas), se ha convertido en un lema para mí, llegando incluso a inspirar mi última colección.
Regresando a la historia de mi amigo, este 2019 ha asistido por segundo año consecutivo a una marcha y por voluntad propia, acción que comprueba que poco a poco estamos recuperando la noción de aquellos derechos que nos pertenecen. Derechos que tiene muy presentes Barbarella, o mejor dicho, Jane Fonda, quien a sus 81 años ha sido arrestada tres veces en el último mes por protestar ante la ineficiencia del gobierno de su país frente al peligro que representa el cambio climático. Los mismos derechos que ejerció cuando protestó en contra de la guerra de Vietnam hace cincuenta años. Pasado, presente y futuro: el tiempo de actuar es ahora.
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